Sergio Gómez Montero*
que hablaba en un dialecto difícil de captar,
y sólo entendíamos retazos de palabras saladas
Zagajewski: “Verano del 95”
Los orígenes de la ley nos marcan que ella surge como resultado de los ordenamientos que los viejos de la tribu decretan para la convivencia dentro de los primeros agrupamientos humanos. Paulatinamente esa facultad pasa a los órganos colegiados de esos mismos agrupamientos y, a raíz de un contrato social, se decreta la ley. El proceso no es sencillo y llevó muchísimos años el poder concretarlo, tal y como griegos y romanos (particularmente estos últimos) lo trabajaron. Más adelante, después de la ley y los contratos sociales surge todo el entramado institucional que se encarga de, burocráticamente, aplicar lo que la ley decreta.
Pero, cuando no hay correspondencia entre ley y sociedad es porque no hay contrato social o el que existe no se corresponde con la sociedad en funciones, lo que lleva a uno a preguntarse, para el caso de nosotros, si las leyes e instituciones que rigen hoy los procesos electorales del país se corresponden con el país que existe o si no era necesario, desde tiempo atrás, haber modificado tales leyes e instituciones, tarea que no se cumplió. Es decir, tratar de realizar los procesos electorales con las mismas leyes e instituciones de un país que ya no existe (neoliberal, corrupto y pestilente) era natural que generara problemas tan significativos como los que hoy se están registrando, como el de permitirse que el árbitro electoral sea parcial, necio y confuso, aplaudido rabiosamente por quienes no aceptan la existencia del país que hoy existe, gobernado por quienes le han puesto freno (levemente, con muchas deficiencias) a la corrupta organización social que hasta 2018 existía.
¿Error de un Poder Ejecutivo que no supo ver los problemas que se le venían encima o de un Legislativo que no tomó la iniciativa para legislar al respecto? Ahora si que haiga sido como haiga sido los problemas aquí están y están conmoviendo fuertemente las estructuras políticas de la Nación, las que endebles de por sí (todo gira en torno a AMLO) se encuentran en la encrucijada de permitir que opere una ley (la formulada por un Congreso pripanprdista) y una institución (el Consejo General del INE) que no son para esta sociedad o se llega, a la última hora, a un acuerdo que preserve la paz social precaria que prevalece en esta etapa de transición social que registra el país. Se tiene que avanzar, pues, sobre la cuerda del equilibrista, sin ver el fondo del abismo, pues ese sería un grave error de un equilibrista experto.
De alguien fue el error de llevar al país al punto que hoy se encuentra (escribo sin que se conozca aún cuál va a ser, en definitiva, la decisión de los consejeros del INE a quienes, zorrunamente, el TRIFE les devolvió la papa caliente) en donde, obvio, no sólo están en juego los intereses particulares de uno o varios contendientes electorales, sino que lo que está en juego es el carácter del país que queremos construir: un país que se rija por las viejas y corruptas normas electorales o un país que ya, ahorita, tenga una legislación electoral que le sea fiel a los principios bajo los cuales quiere vivir: justicia, libertad y democracia verdaderas.
La cuestión es sencilla, no se presta a dudas.
*Profesor jubilado de la UPN/Ensenada
gomeboka@yahoo.com.mx
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