Adrián García Aguirre / Palenque, Chiapas
* El trayecto que une Palenque-Escárcega-Calakmul y Bacalar.
* Es una carretera de pavimento perfecto que atraviesa la reserva.
* Con el PRI, México fue amante de las grandes infraestructuras.
* Cualquier nuevo gobierno sabe que se la juega en esto.
* Precaución a los conductores por el paso de jaguares, ocelotes y tapires.
Los carteles que se empiezan a colocar por las carreteras del sureste, absurda y hasta ecológicamente diseñados en madera, incluyen los logotipos de todos los gobiernos anteriores y de una larga lista de organizaciones de defensa del medio ambiente, a las cuales el gobierno federal mira con desconfianza.
En paralelo a la carretera, discurre el tendido eléctrico y será ahí, entre ambos, entre las torres de alta tensión y el pavimento, por donde circulará el tren con doble vía. A simple vista, la promesa del presidente de hacerlo “sin tirar un solo arbolito”, parece solo una promesa.
Los 273 kilómetros de este trayecto que habrá de levantarse desde cero estará a cargo del Ejército. De hecho, las Fuerzas Armadas juegan un papel fundamental en el proyecto. Desde que llegó al poder, López Obrador ha adjudicado al Ejército, entre otras obras, la construcción y explotación del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México y dos tramos del Tren Maya.
Este que atraviesa la selva y el que une Bacalar y Tulum, de 213 kilómetros. La fe del mandatario en los militares ha hecho incluso que cuente con ellos como mediadores en las disputas que ha sostenido Fonatur, el organismo encargado del proyecto, y las empresas concesionarias de las autopistas.
Una de las polémicas que rodean la obra es la ausencia de un estudio de impacto ambiental (MIA) sobre una vía que atravesará un tesoro verde que envidiaría cualquier país: las Reservas de Kin y Balam Kú, en Campeche, el Parque Nacional de Palenque, en Chiapas, las Áreas de Protección del Cañón del Usumacinta, los Manglares de Nichupté o Yum Balam, en Quintana Roo.
Además, las Reservas de la Biosfera de Sian Ka´an, en Quintana Roo y los Petenes y Calakmul, considerado Patrimonio de la Humanidad. Paralelamente el tren pasará por ciudades protegidas por la Unesco como Mérida, Valladolid o Campeche, el pueblo Mágico de Bacalar o cientos de cenotes.
”Claro que hemos hecho un estudio de impacto ambiental”, dice Rogelio Jiménez Pons, director del Fondo Nacional de Turismo (Fonatur). “¿Alguien puede pensar que no lo íbamos a hacer? Lo que ocurre es que primero tenemos que hacer el diseño de la obra para conocer cuál será ese impacto”, explica en su despacho de la Ciudad de México.
El 7 de junio de 2020, Fonatur argumentó que estaba “exento” de realizar dicho informe ya que el Tren Maya no es una obra nueva sino la “rehabilitación y mejoramiento” de la vía existente, según una nota de prensa.
Muchos se llevaron las manos a la cabeza y, además del impacto ecológico, exigieron otro estudio sobre impacto social dadas las consecuencias de un proyecto que incluye 1.525 kilómetros de vía, 18 estaciones y siete “polos de desarrollo”,
Este es un ambiguo término en el que cabe desde una maquila a una central nuclear, enfocado en reordenar o crear municipios nuevos para acoger a miles de trabajadores. Tras la polémica, dos semanas después del inicio de las obras, Fonatur cambió de parecer y anunció la existencia de un estudio medioambiental que puede ser consultado en sus oficinas en Yucatán.
¿Y cómo se construye un nuevo pueblo? ”Palenque es un buen ejemplo”, dice Jiménez Pons, en referencia al municipio donde López Obrador tiene su finca llamada jocosa y prosaicamente La Chingada, término mexicano y especialmente tabasqueño de uso común, y donde estará la estación número 1, según los planos.
La localidad chiapaneca, de 112.000 habitantes, es una mancha urbana en la selva que ha crecido caóticamente en las últimas décadas al calor de la ganadería y los restos mayas que atraen a miles de turistas. El encargado del proyecto considera que “hay que poner orden”, dice.
Entonces, el funcionario señaló: “Vamos a crear el nuevo centro aquí”, dice, apoyando el dedo sobre una zona pintada de verde fuera del casco urbano, donde se levantará una vanguardista estación de metacrilato y tejados triangulares con forma de estela prehispánica, alrededor de la que habrá un centro comercial y viviendas de bambú.
“¿Y cuál es nuestra maña estrategia para conseguir el arraigo de la población al nuevo casco? Nos llevaremos el Palacio Municipal a la estación”, dice, señalando un mapa. “Y ahora nosotros somos el centro”.
A 1.220 kilómetros del dedo del funcionario en la capital, un apicultor yucateco mira la lluvia y se balancea con las piernas cruzadas en su hamaca mientras habla del tema que altera su comunidad. Antonio tiene sus colmenas junto a las impresionantes pirámides de Calakmul y está disgustado por el mal ambiente que ha generado el tren.
“No puedes criticarlo o hablar mal de López Obrador porque te miran como alguien que no piensa o que te opones al progreso”, dice, sobre la reacción de algunos vecinos que no se acaban de convencer de las bondades que, les cuentan, traerá el trenecito del gobierno federal.
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