*Es la presencia inocultable de ese dueto funesto: miseria de muchos y la satisfecha codicia de pocos
Gregorio Ortega Molina
Estas enfermedades “nuevas” llegaron para quedarse, porque gobiernos y científicos están decididos a combatir las consecuencias del mal, pero se olvidan del origen, de la causa. Samuel Ruiz y Rafael Guillén Vicente, en otro tiempo y contexto, basados en el diagnóstico político y social sobre males endémicos perennes, lo dejaron claro desde 1994: se muere de enfermedades curables.
Mientras los gobiernos de Occidente se empeñaron en el iluso deseo de establecer el Estado de bienestar para los gobernados, al mismo tiempo olvidaron que el pleno empleo y la acometida contra la pobreza hubieran podido ser la puerta para garantizar a todos la salud, la muerte digna, la posibilidad de alimentarse para tener un cuerpo saludable y hacer realidad ese mantra que escuché en las escuelas confesionales por las que pasé: mente sana en cuerpo sano. Ahora entiendo lo avieso del comportamiento de muchos de nuestros gobernantes. No comieron con manteca durante su niñez y adolescencia.
Ese Estado de bienestar, tan denostado hoy, permitió la erradicación de enfermedades que durante siglos fueron espada de Damocles sobre la humanidad entera, como el cólera, la viruela, el sarampión, la rabia, la tuberculosis… facilitó la proliferación de antibióticos para combatir esas perniciosas infecciones que favorecían la gangrena y las amputaciones. Fue una garantía de salud para el trabajo.
Obvio, nunca y en ninguna nación abarcó a todas y todos, porque los seres humanos son negados para la igualdad. Es inherente al carácter y las ambiciones ese deseo de figurar sobre otros, poseer más, mangonear, mentir, mandar y romper moldes por sobre la ley. “Impongo mi voluntad sobre la tuya, nomás porque sí”.
Pero el delito mayor es la mezquindad. Lo que ocurre en África va más allá de lo lamentable. Es un continente saqueado, en amplias partes de su territorio hay vertederos de desperdicio electrónico, su riqueza minera despierta codicia y voracidad de propios y extraños; los índices de pobreza, casi de miseria, imposibilitan la salud. Todo indica que allá se originó el SIDA, cuyos efectos en el cuerpo humano pueden contenerse, pero no curarse; parece que existe una vacuna contra el ébola, pero mientras la higiene y la miseria se impongan sobre la razón en sus gobiernos, persistirán esos males que, me da la impresión, a los poderosos no les interesa erradicar.
¿Qué tan importante es el desarrollo social en África? Con el cable del lunes 15 de febrero último lo constatamos: “Guinea declaró el domingo un brote de ébola en una de sus regiones, luego de que la nación de África Occidental confirmara al menos siete casos de la enfermedad, incluidas tres muertes, dijo la Agencia Nacional de Seguridad y Salud (ANSS) del país.
“Funcionarios de salud en el distrito sureste de N’Zerekore dijeron que siete personas que asistieron al funeral de una enfermera dieron positivo por la enfermedad y experimentaron síntomas como diarrea, vómitos y sangrado. Tres de ellos murieron tras el funeral del 1 de febrero. No está claro si la enfermera, que trabajaba en el centro de salud local, murió de ébola”.
Es la presencia inocultable de ese dueto funesto: miseria de muchos y la satisfecha codicia de pocos.
Ayer fue el 8M. De lo ocurrido en esta ciudad, me queda una certeza: trajo, la 4T, el muro de Trump al Zócalo, para proteger al máximo símbolo del poder: la sede de la institución presidencial.
¿Para qué tanto brinco, si mientras Joe Biden declara que el muro de la vergüenza es suspendido, nuestras autoridades deciden traerlo al corazón mismo de la Colonia? El Palacio virreinal y la Plaza de Armas.
Nada importan los argumentos y/o excusas esgrimidas. Tampoco es miedo, es ignorancia, es desconocer los mecanismos legales y legítimos del gobierno democrático, porque se esfuerzan por regresar a la presidencia imperial, y hundirnos en sus consecuencias.
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@OrtegaGregorio
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