Pablo Cabañas Díaz.
Ludwik Margules (Varsovia, 1933-Ciudad de México, 2006), su vida no puede entenderse sin la Segunda Guerra Mundial, que lo trajo a México. Su trayectoria fue reconocida con el Premio Nacional de Ciencias y Artes en 2003. Hay pocos artistas en la escena mexicana cuyo trabajo despierte tanto interés como el de este maestro. Trabajó en el Foro Teatro Contemporáneo un espacio cultural dirigido por él de 1991 a 2005 en la Ciudad de México. Este recinto es esencial para entender el teatro mexicano de fin de siglo. La voz de Margules quedó expuesta en varias publicaciones una de ellas es “Memorias de Ludwik Margules” , de Rodolfo Obregón. Sin embargo, la publicación de la tesis doctoral presentada en La Sorbonne Nouvelle por Teresa Paulín, bajo el título de “El teatro depurado y sin concesiones de Ludwik Margules”, que se convirtió en punto de referencia para comprender su trabajo artístico.
Paulín nos hace ver como el maestro se interesaba en entender los mecanismos de poder, la conducta y el pensamiento de las personas, las formas de sometimiento y la enorme capacidad de autodestrucción de la sociedad. Esa visión ocurre en la obra La tragedia del doctor Fausto. Margules tenía interés en cuestiones que estaban totalmente relacionadas con su historia de vida, su obra es un diálogo consigo mismo para tratar de comprender a la humanidad y los comportamientos y las decisiones que tomaba él mismo.
Más que plantear una biografía de quien dirigió más de 40 puestas en escena, Paulín se propone un análisis de sus montajes para asimilar su discurso escénico y cómo fue su evolución en la práctica del teatro que lo llevó a producir teatro en pequeños escenarios con historias avasallantes. Sus puestas en escena son todavía recordadas entre ellas destacan entre ellas: La trágica historia del doctor Fausto, que montó en 1966; A puerta cerrada, en 1969; Ricardo III, en 1971; De la vida de las marionetas, de 1983. Montajes que sirven de guía para analizar la construcción de su propio discurso teatral en el México de fin de siglo.
El libro de Paulín también aporta los antecedentes del teatro mexicano antes de la llegada de Margules, y da respuesta a preguntas sobre cómo dirigía a los actores. También aborda los ensayos generales que realizaba antes de poner en escena una obra de teatro. Margules entendía al intérprete no como alguien que fingía un personaje o una historia, sino que buscaba que éste llegara a su subconsciente para así transgredir la anécdota de la obra, y, en consecuencia, alterar al espectador a quien le proponía reflexionar a partir de la escenificación. Margules exigía de sus actores claridad, precisión en la emoción; de lo contrario encontraba inútil la actuación. “No le interesaba que los actores hicieran lo que sabían, sino lo que no para entrar a ese espacio de misterio”.
Cuando Paulín refiere que Margules prefería el misterio, habla de que privilegiaba el universo interior del actor; buscaba que éste mostrará su emoción más allá de la anécdota del relato, entonces generaba espacios de intimidad donde el actor-personaje se exponía por completo. El ser humano en esencia. Al final conseguía entender a la sociedad desde la actuación. No se puede negar que el nombre del director está presente en los pasillos de los teatros como uno de los mayores productores escénicos de Latinoamérica. Sin embargo, Paulín precisa que en interior del país es poco lo que se sabe de él, pues fueron pocas las ocasiones en que se presentó en algún estado.
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