POR CLAUDIA MARTIN
Más como moda o superficial desprendimiento, proliferan en los últimos tiempos obras, acciones y fundaciones dedicadas a la caridad con el aparente objetivo de una vida más justa para los que menos tienen. La mayoría se amparan o enmarcan sus acciones en la solidaridad humana superficial y en el espíritu del Cristianismo que tiene a la caridad como uno de sus rasgos principales de conducta.
Primeramente habría que decir que la caridad cristiana ha sido empobrecida por ideologías imperantes y por ambientes materialistas y secularizados, propios de los tiempos postmodernos, reduciéndola a una dádiva material al necesitado, y más todavía: ¡este donativo podría ser: ¡de lo que me sobra!, ¡de lo que ya no necesito!, convirtiéndose así, hasta en un acto humillante para quien recibe la dádiva. En este empobrecimiento del término y de la vivencia misma de la caridad cristiana, se incluye su reducción a la mera asistencia material para ayudar al desheredado.
Asimismo, estas ideologías sostienen que la caridad cristiana lejos de buscar la justicia social, fomenta y perpetúa la desigualdad entre los hombres. “La vía privilegiada que aún hoy propone la Iglesia católica para atender a los miserables e indigentes…Ambas categorías normativas están impregnadas de una carga peyorativa que vulnerabiliza al pobre haciéndolo sujeto de conmiseración. Este tipo de prácticas se promueve entre los fieles católicos, tanto de clase media y alta, como de barrios populares, misma que lejos de construir condiciones para que se dé la solidaridad con los pobres y el compromiso de transformación de las estructuras excluyentes, reproduce, mantiene y perpetúa la pobreza y la exclusión social con el agravante de la consolidación de estereotipos que vinculan al pobre con una determinada “cultura”, en la que éste es revestido de una imagen pasiva (miserable) y es visto como incapaz de ser sujeto de su propio desarrollo…” (1)
Vistas así las cosas, ¡tienen razón!: la caridad cristiana sería un fortalecimiento, un recordatorio constante de la desigualdad social imperante y legitimación del estado de injusticia social. Pero veamos ahora la visión cristiana de este controvertido tema.
La humanidad necesita sin duda del altruismo material, pero también requiere de la caridad espiritual. Y es esta última la que le da sentido a aquél. Dar para aliviar las necesidades materiales del hombre, que lo es por el espíritu. Es esta perspectiva de la búsqueda del bien espiritual lo que verdaderamente distingue la caridad cristiana de esa piedad que tanto critican las ideologías materialistas. Si la caridad se hace primero al cuerpo es por la urgencia de atender las necesidades básicas de la existencia, mas no porque sea lo esencial en el ser humano. Si la caridad cristiana fuese sólo asistencia material al otro, podríamos extenderla también a los animales o caer en ese Cristianismo de baja intensidad propio del laicismo.
Por otro lado, la verdadera vivencia de la caridad cristiana está lejos de dar amor al otro por compasión, es decir, por ese sentimiento que turba mi paz al ver el sufrimiento o las carencias del prójimo, ya que este sentimiento no trasciende las fronteras de mi yo. Y así, ese hermoso acto de dar, se convierte en auto complacencia, pues entre más “espiritual” sea, mejor persona será. Inclinándose así a vivir, más que la caridad hacia los demás, un rapaz narcisismo que busca autoafirmarse y sentirse bien. En un acto con estas características no se ayuda pensando que el necesitado es Nuestro Señor Jesús ni tampoco siquiera viendo lo que el otro realmente necesita, sino que se da para afirmarse a sí mismo y alimentar el ego.
Lo anterior, no significa que el sentimiento de misericordia sea ajeno a la caridad cristiana. Ese sentimiento de conmiseración hacia el otro es necesario. Sin embargo, no basta. No es suficiente dolerse de la miseria espiritual y material del prójimo en una actitud pasiva. Se requiere ir a su encuentro y hacer por él acciones que lo ayuden en sus necesidades espirituales, y si se puede, en sus necesidades materiales.
Asimismo, es menester destacar que bajo la perspectiva cristiana, es importante que cada uno de nosotros estemos abiertos y tengamos la humilde conciencia de nuestras carencias y limitaciones y de que también necesitamos de la caridad de los demás. El rico y poderoso necesitan quizá más de la caridad que el débil y el pobre, porque muchas veces la riqueza trae aparejada la miseria, la soledad; el poder, la mezquindad o la sequedad del corazón. Así, y bajo esta misma perspectiva es necesario que estemos conscientes de la indigencia humana: ¡todos necesitamos de Dios y de los demás! Podríamos a este respecto, y siguiendo el orden de ideas de estas ideologías materialistas actuales, sostener que el reconocimiento de estas limitaciones humanas, hace al hombre servil y envilecen su ser. A este respecto M.F. Sciacca sostiene: “La conciencia de la indigencia no es envilecimiento, sino elevación del hombre, en cuanto que la conciencia de nuestra miseria nos eleva por encima de ella, y además nos cura de la negatividad de la soberbia y del consiguiente desprecio por los demás, nos constituye en la positividad de la humildad y del amor al prójimo y nos da el sentido de la dignidad del hombre como tal.” (2)
En la caridad cristiana, el que otorga el apoyo no se afirma ante el desvalido como superior, sino como su hermano; como un instrumento de Dios para propagar su Reino, para difundir su amor hacia el hombre. El cristiano tiene una doble deuda con su Creador: por un lado, por la riqueza de su ser (virtuoso, caritativo, inteligente, sensibilidad artística, don para enseñar, etc.); y por otro lado, por la riqueza en el ámbito del tener (dinero, propiedades, fama, títulos, poder, etc.). Así tanto los dones que tiene en su ser como en su tener, no los tiene por méritos propios, sino porque los ha recibido de su Creador y tiene el deber de administrarlos bajo la ley del amor.
Así, la caridad cristiana se constituye en su base como un acto espiritual por excelencia. Si se asiste al otro con bienes materiales, estos actos son inspirados por el mismo espíritu de Dios y deben ir encaminados ante todo, a pesar de su materialidad, a alimentar, asistir y fortalecer el espíritu del hermano y a manifestar el amor de Dios.
A modo de conclusión podemos señalar que el concepto de caridad cristiana que frecuentemente manejan filosofías materialistas, es una idea empobrecida y muy reducida de lo que es realmente. Y aun cuando la caridad se redujera a una ayuda material, un católico no lo hace con el objeto de reafirmar su posición superior respecto del necesitado ni para sentirse bien consigo mismo, sino con el afán de compartir con él los dones recibidos por Dios, el cual es el Padre del que da y del que recibe, y ambos están necesitados tanto de la misericordia de los demás como de la Dios mismo. Así, la dignidad de hijos de Dios, los hermana y no permite que ese concepto de desigualdad se filtre en la nobleza de dicho acto. San Pablo a este respecto dijo: Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada…” 1 Corintios 13:3-5
The post CARIDAD NARCISISTA, INJUSTICIA PERENNE appeared first on Almomento | Noticias, información nacional e internacional.