Por Mouris Salloum George
En un breve repaso a los últimos ciento cincuenta años del mundo, encontramos que los dictadores más reconocidos han tenido algún éxito en su desempeño al frente de sus países. Francisco Franco, el turismo, vendiendo el sol español a través de su eficiente secretario, Manuel Fraga Iribarne.
Fue tal el éxito que la moneda se revaluó en los mercados comerciales y financieros. Los planes de abasto alimentario y los pantanos para la provisión de agua fueron ejemplares.
Adolfo Hitler pasó a la historia de Alemania no sólo por las atrocidades de la segunda guerra mundial y el holocausto judío, sino también por su indudable destreza para luchar contra el hambre y la desesperación, la reestructuración de la economía preguerra, a través del operador financiero Hjalmar Schacht. Fue cubierta la deuda de la primera guerra con Francia, firmada en el tratado de Versalles.
Stalin, el dictador de hierro, fue implacable en el funcionamiento del espionaje y las torturas encabezadas por el aparato de inteligencia de la NKVD, su policía política. Los planes quinquenales de producción de granos funcionaron medianamente bien.
Hiroito, después de la gran derrota y los bombardeos atómicos a Hiroshima y Nagasaki, tuvo la suerte de contar con los genios industriales que, a partir del invento japonés de los periscopios en submarinos, lograron erigir una estructura industrial que tránsito de la lente a la fotografía, a la industria automotriz y en fin, al milagro japonés de la recuperación.
Otto Von Bismarck, el canciller de hierro prusiano, logró el reparto geográfico para las potencias europeas de todos los territorios africanos, en la Conferencia de Berlín de 1885. A partir de ahí se escribió la historia de la descolonización.
Nikita Kruschev, el sucesor de Stalin, tuvo un éxito descomunal en la conquista del espacio, desde la perrita Laika hasta Yuri Gagarin, el primer cosmonauta en ir al espacio. La productividad rusa alcanzó niveles espectaculares de autosuficiencia de granos y alimentos en las estepas rusas.
Trujillo, en la República Dominicana, estableció la férrea disciplina de su ejército, Mussolini, la disciplina fascista extrema del estado corporativo. Mustafa Kemal Ataturk, la liberación nacional y la modernización de Turquía. Ya ni hablemos de Porfirio Díaz, sus victorias militares contra la ocupación francesa y los logros evidentes en la geopolítica, para lidiar con las ambiciones imperiales de Estados Unidos y Europa. No fue fácil.
Los dictadores africanos se excedieron. Félix Houphouet Boigny hasta tuvo que prohibir un culto sincrético adónde él era Dios. Ahmed Sekou Toure, representado como San Jorge traspasando la hidra del colonialismo, se hizo conocido en todo el mundo. Kwame Nkrumah se hizo llamar ” redentor y puerta del provenir africano”.
Barthelemy Boganda logró que la tarjeta electoral se llamara ” el amuleto de Boganda”, con lo que garantizaba todos los comicios a su favor. Lo mismo hicieron el profeta mago Kenyatta y el temible caníbal Idi Amin Dada, en Uganda.
Pero la constante, al menos en los países más avanzados culturalmente, ha sido observar la capacidad de los pueblos para la manifestación del descontento y del reclamo, cuando sucedieron delitos de lesa humanidad. Nunca fueron ignorados como si no hubiera pasado nada. El refreno de los dictadores siempre fue la repulsa popular.
Es preciso tomar nota. Bertolt Brecht, el poeta lo sentenció: siempre hay que protestar porque si no te ha tocado, al rato vienen por ti.
La política tiene que hacerse siempre con lo que se tiene a la mano. Todos tienen un papel qué desempeñar en los momentos más aciagos de su país natal. Primero por los demás, y después por uno mismo. La voz del pueblo sigue siendo la voz de Dios. Como siempre, los periodistas tenemos la palabra.
*Director General del Club de Periodistas de México, A.C.