Por Adrián García Aguirre
El Fuerte, en Sinaloa, fue un importante centro minero, como todavía se aprecia en sus antiguas mansiones y en una rica historia que se expresa en las casonas que fueron convertidas en hoteles, sobresaliendo la casa del general Pablo Macías, la Casa de la Cultura, la Catedral y la Plaza Central.
No hay nada mejor que madrugar para ir a presenciar el amanecer navegando por el río El Fuerte, aprender de la vida silvestre de los alrededores, disfrutando del trinar de las aves, la flora y la fauna del norte de Sinaloa, experiencia que resulta fascinante.
A los aventureros se les sugiere caminar hasta el cerro de la Máscara, donde las vistas panorámicas del pueblo y sus alrededores son gratificantes, además de que a lo largo del camino se encontrarán numerosos petrograbados, elaborados por los pueblos originarios miles de años atrás, entre los que estacan en las rocas las figuras de venados, ranas, zorros y otros animales.
La Danza del Venado –inmortalizada por el Ballet Folklórico de México de Amalia Hernández- es una expresión artística milenaria que proviene de los indios yaquis y mayos, habitantes originarios de esa zona, limítrofe entre los estados de Sonora y Sinaloa.
El danzante usa un tocado de cabeza de venado con cornamenta, dramatizando en su baile una cacería, define Alejandro Salgado, chihuahuense radicado en el sur de Sonora, quien sugiere disfrutar de ese auténtico espectáculo lleno de simbolismos: “Esta es una de las danzas más hermosas de los pueblos del México antiguo”, explica el antropólogo.
Sobre la cultura y las tradiciones, no habrá nada mejor que hacer una caminata por este pueblo pleno de atractivos históricos y visitar el Palacio Municipal, la Plaza Central, la Casa de Cultura y el museo de El Fuerte, y por supuesto comprar algo a los maestros artesanos, que ofrecen alfarería, cestos tejidos de palma y figuras de madera.
Asimismo, el profesor Salgado cuenta de la escenificación de la leyenda de “El Zorro”, don Diego de la Vega –interpretado por el actor español Antonio Banderas, acompañado por la bellísima galesa Catherine Zeta-Jones y el niño mexicano Adrián Alonso-, quien vivió de pequeño en la parte antigua de lo que hoy es la Posada del Hidalgo.
En su memoria, cada noche se hace una representación en la terraza del hotel, en donde a través de una narración y música tradicional española, se recuerda la historia de este famoso personaje que vino a impartir justicia entre los mineros y campesinos sinaloenses a comienzos del siglo XIX.
Destino favorito de los que buscan tranquilidad y bellezas naturales, Cerocahui, ubicado a pocos kilómetros de la estación de Bahuichivo, fue fundado en 1680 en un valle por el misionero jesuita Juan María de Salvatierra, desarrollándose en un clima privilegiado, templado casi todo el año, y húmedo para hacer crecer una alfombra verde en sus alrededores.
Los viajeros más experimentados han expresado que el mirador de Bahuichivo no tiene paralelo, a a casi dos mil metros de altura con vista al pueblo de Urique, al río, y al fondo otro pequeño poblado, Huapalaina.
Urique es sede del famoso maratón del Caballo Blanco que se celebra cada año a principios de febrero, y quienes son corredores de alta resistencia son invitados a que se midan con los magníficos corredores rarámuris que conocen palmo a palmo su territorio.
Se recomienda hacer una escala en el manantial de La Virgencita, uno de los puntos con las mejores vistas panorámicas, y continuar hasta el mirador, en donde se construyó una extensión suspendida en el vacío y un puente colgante que lleva a la cascada ubicada al final del cañón.
El hotel La Misión conserva un centenario viñedo en la zona: su vid fue introducida por los Jesuitas a principios del siglo XVIII y hay que preguntar por el vino de la casa, porque es fama pública que ahí se han logrado cosechas de buena calidad.
La parroquia fue fundada por el padre Juan María de Salvatierra, y sigue siendo el edificio histórico más importante del pueblo, que los pobladores la presumen como la más hermosa y mejor conservada de las misiones de la Sierra Tarahumara, con una construcción de cantera rosa.
Una orden religiosa atiende este internado para niñas nativas al lado del hotel La Misión, un sitio que busca mejorar el ambiente de aprendizaje de las jovencitas, a quienes se proporciona educación, alimento y vivienda, como forma de dar buen destino a sus existencias.