* La conclusión es simple: pesa más la codicia que la sensatez, el deseo de dominar a los otros que la templanza en el ejercicio del poder, la perversa insania de ver como la muerte pasa a tu lado, para fulminar al otro
Gregorio Ortega Molina
Mi primera aproximación al tema fue en los ochentas, cuando Lenin Molina me pidió que lo ayudara a reunir bibliografía para estudiar el problema del medio ambiente y cómo conservarlo. Después acuñaron el concepto de desarrollo sustentable; desde entonces han asesinado a muchas lideresas y líderes que defienden la preservación de la naturaleza.
En Estados Unidos se negaron a escuchar a Al Gore durante su campaña presidencial. Después hicieron oídos sordos al documental que concibió para advertir a sus compatriotas y al mundo. Una verdad incómoda. Con toda certeza Donald Trump ni siquiera dudó en verlo, y aquí supongo que a Germán Larrea le da risa el tema, como puede constatarse con la contaminación del río Sonora, por ejemplo.
Si la memoria no me traiciona, hay dos acuerdos (¿mundiales?) para la preservación del medio ambiente. El Protocolo de Tokio y el Acuerdo de París. Las campañas de Greta Thunberg y la difusión de fotografías de osos blancos famélicos, de la reducción de los casquetes polares, de las avalanchas en el Himalaya, de los icebergs que se disuelven con el cambio climático, de las muertes de miles o de cientos de miles de personas debido a enfermedades que contraen por la contaminación de aguas y aire.
Aunque también atestiguamos una reconversión industrial y se imponen los criterios para desarrollar energías limpias (al contrario de lo propuesto por la 4T) para fabricar autos eléctricos, disminuir el uso de combustibles fósiles y acelerar la automatización laboral y colgarse del home office impuesto por la pandemia, me pregunto si se han investigado lo suficiente las consecuencias contaminantes de la basura cibernética y la permanencia en sus hogares de millones de seres humanos.
Pienso también en el desperdicio contaminante y en la contaminación ideológica. ¿Sabremos las consecuencias inmediatas y a largo plazo de la cancelación del AICM, puesto que ya se había modificado -en parte, es cierto- el lecho del lago de Texcoco? ¿Se midieron las consecuencias de la agresión a la naturaleza en Zumpango, Santa Lucía y alrededores? ¿Y la negación al desarrollo sustentable de Dos Bocas y el Tren Maya?
Me pregunto cuáles pueden ser los beneficios del proyecto de ley eléctrica y quiénes son los ganones, porque los perjudicados seremos la mayoría silenciosa, que puede recuperar su voz durante la votación de junio próximo, o puede dejarse llevar por la anomia social, para que el mundo se hunda de una buena vez.
Descreo de las teorías conspiracionistas, pero no dudo que el Covid-19 y el ébola sean una respuesta clara de esa naturaleza a la que tratamos a patadas, de la que esperamos todos los beneficios a cambio de nada.
La conclusión es simple: pesa más la codicia que la sensatez, el deseo de dominar a los otros que la templanza en el ejercicio del poder, la perversa insania de ver como la muerte pasa a tu lado, para fulminar al otro.
www.gregorioortega.blog
@OrtegaGregorio
The post LA COSTUMBRE DEL PODER: ¿Puede frenarse el cambio climático? appeared first on Almomento | Noticias, información nacional e internacional.