Por Mouris Salloum George
El irrefutable cronista de la antigüedad clásica, Flavio Josefo, reseña que el populismo tuvo su origen en el Imperio romano. Atribuye a Julio César, Catalina y Druso, la operación, junto con un grupo experto de oficiante en la materia, la cercanía indudable con la plebe como el inicio del experimento. Lo que les caracterizaba en concreto—relata—era el uso de iniciativas populares destinadas al mejor reparto de la tierra, al alivio de las deudas de los más pobres y vulnerables, y a su mayor participación en los asuntos públicos; el pueblo hablaba antes de cualquier decisión.
En América Latina, el término populismo convoca al unísono a la condena de los medios proclives a las tendencias hegemónicas del poder y del dinero, junto con especialistas a ceñirse a las líneas económicas que ordenan, la abstención estatal en la dirección de los procesos productivos.
Por lo general, los críticos han cebado sus comentarios en el brasileño Getulio Vargas, el argentino Juan Domingo Peron y en Lázaro Cárdenas, para descargar la responsabilidad de una instrumentación de programas coyunturales, fuera de la influencia de los Estados Unidos; todos sabemos que eso nunca pudo ser. El populismo, se argumenta —y con sobrada razón— es contrario en teoría pura a la dictadura de las cifras macroeconómicas y al proceso de desmantelamiento del Estado, logrado a través de la desregulación de los factores y de los indicadores económicos. Por ejemplo, el tecnócrata Fernando Henrique Cardozo, elevado al poder en Brasil por las empresas trasnacionales, dijo no hace mucho que un gobierno entreguista “tiene políticas públicas prudentes y sensatas, y un mayor acercamiento a los Estados Unidos”.
En México se vitupera el populismo porque cuando se ha recurrido con desespero a su implementación es después de que han fallado en toda la línea los intentos de gobiernos grises y mediocres para arrasar con la Nación, y han tocado fondo.
Los tecnócratas han dicho que se apela al populismo cuando se quieren manipular las necesidades sociales; sus motivaciones —dicen—son patrimonialistas. Quedar bien con las masas para el saqueo, es la consigna de los populistas, argumentan.
El populismo gira alrededor del uso desmedido del gasto público y del fácil expediente del endeudamiento externo. Para denostarlo, incurren en las contradicciones que sean; ha corrido mucha agua bajo los puentes. Del otro lado, del populismo, nunca se reconoce que las malas instrumentaciones de las herramientas del Estado son las que llevan a excederse en todos los rubros del gobierno, para encubrir los costos de los sectores improductivos. A la hora de cumplir la palabra, a la hora de asumir las pérdidas y repartir los dividendos, las cuentas no salen. Se pierde la confianza y sin recuperarla es difícil que los mexicanos entendamos que se están sacrificando por nosotros; los populistas siempre alegan ser diferentes a los entreguistas de la derecha.
Lo que es un hecho es que los mexicanos, ya sin la asesoría de populistas de izquierda o de derecha tendremos que redefinir ante el entorno internacional que esos irresponsables han construido la vía nacionalista de desarrollo en todas las áreas del quehacer colectivo; tendremos que responder a una crisis económica y de credibilidad.
Vayamos definiendo las mejores armas para negociar en equidad con vecinos y clientes, buscando siempre el constante mejoramiento económico, social y cultural de la población. El que no lo quiera así, mejor que se haga a un lado.
*Director General del Club de Periodistas de México, A.C.
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