*La amistad entre seres humanos que detentan poder y saben cómo prodigarlo o negarlo, puede enaltecer o humillar, sobre todo ahora que los pillastres de cuello blanco, los barones de la droga, los cómplices de los más burdos actos de corrupción moral, ética y constitucional, pasan por pulcros ciudadanos a los que se les rinde pleitesía
Gregorio Ortega Molina
Puedo equivocarme, pero me parece que fue José López Portillo quien hizo circular la leyenda del beso del Diablo de san Jerónimo, para fustigar a todos los que acudían a casa de Luis Echeverría Álvarez en busca de consejo y/o protección. Lo cierto es que a algunos de los que fueron se los cargó el pintor.
Curiosamente el elogio y el vituperio cumplen una doble función, depende de la voz que los profiere y el destinatario, las circunstancias, el lugar, pero sobre todo el contexto histórico, político y social en el que los protagonistas han coincidido para confrontarse o amigarse.
La amistad entre seres humanos que detentan poder y saben cómo prodigarlo o negarlo, puede enaltecer o humillar, sobre todo ahora que los pillastres de cuello blanco, los barones de la droga, los cómplices de los más burdos actos de corrupción pecuniaria, pasan por pulcros ciudadanos a los que se les rinde pleitesía, lo mismo por los que conocen de sus antecedentes que por los que los ignoran.
Por extraños acuerdos y complicidades con los barones del dinero, esos que detentan el auténtico poder, Donald Trump llegó al pináculo de la gloria en términos de propaganda occidental, y al culmen de la impunidad por encima de toda moral, ética y norma legal. En sus noches de insomnio, durante sus recorridos nocturnos por los pasillos del ala oeste de la Casa Blanca, seguramente sintió tener al mundo en sus manos, creyó que el destino de millones de hombres era menos importante que el suyo.
Lo curioso es que al ser derrotado por Joe Biden también perdió el resto de compostura que le quedaba, el poco de vergüenza que conservó, e intentó incendiar a su propio país en un último esfuerzo por aferrarse a esa impunidad que le permitía suponer que su residencia era el Olimpo, que se hablaba de tú con Zeus. Los que lo rechazaron debían pagar, sin importar que en ese cobro se llevara con ellos a sus propio fieles.
De ese calibre es el amigo estadounidense del actual presidente mexicano. Por evitarse conflictos con él, cedió en el tema migratorio, humilló a su nación en la negociación final del TMEC, se achicó por el argumento de los aranceles y aguantó vara en el asunto de Ovidio Guzmán y el reordenamiento del combate al narcotráfico.
Con Trump la intromisión de Estados Unidos en los asuntos internos de México creció. No importa que se pretenda regular o renegociar la presencia de las agencias de seguridad de esa nación en nuestra casa. El asunto de Salvador Cienfuegos es una muestra de los verdaderos niveles de confianza que los “gringos” tienen en nuestras autoridades de procuración de justicia.
“Quiero agradecer al gran Presidente de México. Es un gran caballero, un amigo mío. El Presidente Obrador es un hombre que realmente sabe lo que pasa. Que ama a su país y también a Estados Unidos. Quiero agradecerle por su amistad y por nuestra relación de trabajo”. Ni que beso del Diablo de san Jerónimo ni que nada, le echó el mal fario. Así nos irá a los mexicanos.
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