Por Mouris Salloum George
La toma de posesión accidentada de Joe Biden, como el cuadragésimo sexto presidente de los Estados Unidos, plantea para México intringulis difíciles de predecir. Son demasiados los ángulos que están en conflicto después de la defensa de los desaciertos de Donald Trump y sus afanes golpistas en contra del nuevo gobierno demócrata.
Desde el principio, la toma de decisiones en el Salón Oval de la Casa Blanca impactó con desusada fuerza en las relaciones bilaterales: la cancelación del Muro fronterizo, el profesionalismo de Biden sobre el nuevo trato a los migrantes mexicanos, la instalación en la Vicepresidencia ejecutiva de Kamala Harris, opuesta desde un principio a la firma del nuevo tratado comercial, y un largo etcétera.
Es realmente una nueva óptica para enfrentar los problemas, que durante cuatro años flotaron de muertito en las acciones ejecutivas, como una relación bilateral de cuates, y ahora asoman. Sus verdaderos perfiles como un toma y daca, un quid pro quo en las relaciones entre los dos países, que definitivamente habrán de resolverse con colmillo profesional, sin amenazas, ni algazaras, como mayores de edad.
Los Estados Unidos ven amenazado su estilo de vida, desde que los enconos de Donald Trump hicieron reverdecer viejos laureles supremacistas blancos, disturbios raciales y torpezas en la aplicación de aranceles desmedidos y contradictorios para la exportación de productos mexicanos a aquella nación.
En ese orden de ideas, el cobro de facturas, que empieza el ocho de febrero próximo con el juicio político ex tempore al ex presidente, traerá aparejada la posibilidad republicana de quitarse una piedra del zapato. Evitar a toda costa que Trump mantenga sus derechos políticos y convertirse en un dolor de cabeza para las próximas elecciones presidenciales.
México está en la lista de esos reclamos, no expuestos públicamente. En la DEA hay la impresión de frustraciones, después del asunto de los expedientes del general Cienfuegos. Éste, un militar de altísima graduación, ex secretario de la Defensa Nacional, apresado en Los Ángeles por ” conspirar para elaborar, importar y distribuir narcóticos ” en ese país, cobra una importancia inusual.
Decimos inusual, porque el general Cienfuegos jamás hizo algo diferente a lo que hubieran hecho algunos en su cargo. Es sabida la colaboración tradicional de los altos mandos del ejército con los capos del narcotráfico en México. Pero el asunto no hubiera pasado de ahí, a no ser por circunstancia que se han salido de control.
La presión de los altos mandos de las fuerzas armadas sobre el hombre de Palacio Nacional fue real. No tuvo más que acudir a la vía diplomática para pedir la extradición del entorchado para ser juzgado en México, bajo los mismos cargos, como se acostumbra en términos del derecho internacional público.
La exoneración que se ordenó hacer al Fiscal General de la República a los pocos días de haberlo recuperado, causó asombro, por decirlo suavemente. En las filas de la justicia federal americana y en las de la DEA, no fue agradable ser acusados de falsarios y mentirosos. Es sabido que esas organizaciones paramilitares no se quedan con el golpe.
*Director General del Club de Periodistas de México, A.C.
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