Los días pasan y el aliento de esperanza disminuye
Por Mouris Salloum George
La falta absoluta de programas regionales de desarrollo equilibrado, amén de la ausencia de un programa de gobierno, llevan a considerar que lo que se fomenta es la regionalización de la miseria. Algo que siempre defendieron los teóricos al servicio del gran capital en todos los tiempos.
Lo que hicieron fue justificar el hacinamiento de la mano de obra expulsada del campo y de los centros de trabajo hacia las concentraciones urbanas. Siempre hablaron de las actividades superiores naturales en los centros urbanos, donde el trabajo era retribuido o tenía mejores posibilidades de serlo.
Esto derivó en la concentración del excedente económico en pocas manos, el ofrecimiento de mano de obra abundante y menesterosa, el estímulo a la importación indiscriminada, de bienes de producción y la adquisición de producción originada en centros industriales del extranjero.
Un entorno de país débil, presa fácil de las ambiciones extrañas. Para el modelo teórico del centralismo político, el objetivo fue siempre intensificar la especialización productiva que establecía poderosos nexos de subordinación con Estados Unidos.
Todo, a partir de la explotación brutal de las actividades agropecuarias, para concentrarlo todo en beneficio del industrialismo urbano, mejoramiento al infinito de las clases empresariales y financieras que comúnmente actuaban como prestanombres. Lo que se consiguió fue la miseria improductiva.
Nadie vendía porque secaron el mercado interno. Nadie compraba porque habían quedado exhaustos, impecunes. Alcanzaron lo que buscaron: el juego de suma cero. Crecimos atados a esos mitos insulsos y gravemente ofensivos.
Cuando a la fecha se habla de distribución del ingreso, crecimiento equilibrado, desarrollo regional, desarrollo del mercado interno, se ofende a las buenas conciencias del crecimiento explotador, del país sin salida. Las necesidades colectivas pueden seguir esperando.
Aunque los ganones dependan de la capacidad de compra de los necesitados. Aunque ellos vean la sublevación de los pobres, siguen dividendo el país a su antojo, entre los que no comen y los que no duermen, éstos, preocupados por el asalto final de los miserables.
Pero a la gente le sorprende y le irrita la falta de acción inmediata de los que mandan para poner fin a ese rollo letal. Es indispensable en México poner fin a las distorsiones que sólo fortalecen el mercado suntuario de los que tienen mayor poder adquisitivo.
Los días pasan, y el aliento de esperanza disminuye. Está a punto de extinguirse, retirando el apoyo popular y la credibilidad del sufragio emitido en favor de los nuevos tiempos. Pero ya no puede esperar, ha sido demasiado el tiempo transcurrido.
Y la gente piensa que mientras pasen más los días, será más difícil el remedio. Están ganando demasiado tiempo los indolentes. Es la hora del país y de un pueblo escarnecido.
Hasta en la tribuna del Capitolio en la ceremonia inaugural se pide perdón a los vulnerables. Aquí no. Es la hora de que no conocemos ni el plan nacional ni los programas regionales de desarrollo equilibrado. Una mínima sensatez es necesaria en estas horas de definiciones y de grandes retos.
*Director General del Club de Periodistas de México, A.C.