Fernando Irala
La falta de mantenimiento por años es la evidente causa del incendio y destrucción del centro de control del metro capitalino.
El abandono que por más de dos décadas han tenido las autoridades de la ciudad para el sistema de transporte, a estas alturas sólo puede arrojar resultados desastrosos.
La idea prevaleciente de que el boleto tiene que ser muy barato puede ser muy popular, pero ha llevado a la carcachización de un servicio insustituible, la paralización de la inversión en nuevas rutas y, como ahora hemos visto, hasta la imposibilidad de cambiar equipos y cableados absolutamente inservibles.
Los costos del metro no varían mucho a nivel mundial. En prácticamente cualquier país un boleto le cuesta al pasajero entre uno y dos dólares. Sólo en la ciudad de México y en Buenos Aires se mantienen tarifas absurdamente bajas.
Las consecuencias están a la vista. Un servicio cada vez peor y una carencia permanente de recursos.
Hace años el pasaje se subió de tres a cinco pesos y motivó protestas encabezadas por grupos que ahora son gobierno. Pero en realidad el boleto tendría que multiplicar su precio actual por tres y hasta por cuatro.
La otra vía sería que el gobierno de la ciudad o el federal destinaran una bolsa de la magnitud requerida para sostener al metro. Eso tampoco se está haciendo.
Se olvida la conclusión de un viejo secretario de Comercio de hace medio siglo: no hay producto más caro que el que no existe.
Podemos presumir que tenemos y seguiremos tendiendo el metro más barato del planeta; también el que más falla, se descompone, se satura, se suspende y a veces hasta se quema.
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