CIUDAD DE MÉXICO.-En los años veinte del siglo pasado, el universo visual se abrió como un gran abanico para los fotógrafos interesados en captar la transformación de la vida cotidiana, derivado de los avances tecnológicos, las nuevas formas de relación social y las novedades educativas vasconcelistas, como lo fueron las misiones culturales o las escuelas de pintura y escultura al aire libre, en donde mujeres y niños pudieron acercarse a desarrollar sus talentos, antes poco accesibles para estos sectores de la sociedad.
Los avances en las formas de impresión y el cambio de la prensa plana a la rotativa además permitieron que las publicaciones, sobre todo las revistas semanales, pudiesen imprimir imágenes con una mayor calidad tonal y mejor definición que las que presentaban los diarios. Todo este auge fue compilado por Rebeca Monroy Nasr, en el artículo «Mujeres y Fotografía, Los felices años 20», publicado con fotos de la época en la edición digital 68 de Alquimia.
En esos años, justo al terminar la contienda armada (1921) se presentó un elemento aún más detonador: los retratos. Por esa condición y dadas las mayores facilidades técnicas, los fotógrafos empezaron a producir in situ; es decir, fuera de los muros del gabinete fotográfico, ahí donde hombres, mujeres y niños convivían, laboraban, se divertían, comían, bebían, habitaban: surgió la posibilidad de capturar imágenes con un tinte mucho más espontáneo, natural y de vida cotidiana.
Las fotos en diversos lugares antes impensables por la escasez de luz o por la singularidad de las actividades, fueron posibles en lugares como los teatros, las carpas, centros de trabajo, las calles y otros entornos poco usuales dentro de la fotografía finisecular. Con antecedentes visuales generados en la Revolución Mexicana, los retratos capturaban diversos personajes y temas transmutados por las condiciones de vida política, social y cultural. presentes.
Ahí estaban los fotógrafos, algunos con gran experiencia, como Agustín Víctor Casasola y Miguel Casasola, quienes ya estaban entrenando a sus hijos y sobrinos para entrar en la vida fotográfica —ellos mismos señalaban que los amamantaban con revelador—; o bien decanos como Luis Santamaría, o más jóvenes, como Eduardo Melhado, Fernando Sosa, Rafael Sosa, Ezequiel Carrasco, Antonio Carrillo Jr., Carlos Muñana —quien falleció en marzo de 1920 a causa de la influenza española— y otros más, como Antonio G. Garduño, José María Lupercio, Abraham Lupercio, Manuel Ramos, Hugo Brehme, Víctor O. León, quienes continuaron desarrollándose en el ámbito de la fotografía de prensa, muchas veces contratados por los diarios o revistas.3
También destaca en las imágenes la presencia de las mujeres en la vida pública, en los empleos diurnos y nocturnos, en sus tareas cotidianas; a veces posando, otras de manera más espontánea; lo que las distingue son los elementos que denotan sus propios contextos. El ambiente de los retratos de gabinete, en donde se cuidaban la luz y las poses, y las telas y la indumentaria tenían características particulares, se vio totalmente transformado.
Los fotógrafos captaron las imágenes en establecimientos comerciales, dentro de edificios públicos, en oficinas, teatros, hogares, conciertos, en fin, en la vida cotidiana. Por ello, a cien años de distancia es importante subrayar que esos fabulosos años veinte dotaron de sentido y de nuevos géneros fotográficos a la prensa ilustrada.
En este último caso, la presencia de las mujeres urbanas, estudiantes, maestras, trabajadoras, amas de casa, cabareteras, actrices, cantantes, top less tuvieron un realce que no habían tenido en la fotografía y mucho menos en las páginas de la prensa nacional, agrega la investigadora Rebeca Monroy.
Vocero/BHF