Pablo Cabañas Díaz.
El muralismo mexicano surgió como una expresión educativa y cultural de la Revolución mexicana (1910-1920), pero sus cualidades y características propias lo distinguen y lo separan ideológicamente de la Revolución, así como de las vanguardias literarias y artísticas que aparecieron en ese momento en nuestro país. José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, tuvieron el apoyo de José Vasconcelos, quien en ese momento era el secretario de Educación y patrocinador del muralismo, para quien “la verdadera revolución era algo distinto a los campos de batalla y la toma de ciudades, es el retorno a la entronización de la conducta civilizada”.
Para Vasconcelos, los murales equivalían a la pintura devocional fuera de las escuelas, el entrenamiento visual donde el pueblo se disciplinaría en la armonía que alivie su vida desgarrada”. Pero las posturas políticas que asumieron Rivera y Siqueiros buscaban producir un cambio social. Orozco se distanció de esa visión después de la publicación del “Manifiesto del Sindicato de obreros técnicos, pintores y escultores”, pero prevaleció en su pintura una visión humanista, esto se hace evidente en gran parte de su obra, pero de manera notoria lo encontramos en su mural “El hombre en llamas”, en el Hospicio Cabañas de Guadalajara.
Siqueiros fue el más comprometido de los tres, fue un activista y agitador político. Rivera pintó en la Universidad Autónoma de Chapingo entre 1924 y 1928. Cuando Rivera viajó a la Unión Soviética fue como invitado especial al décimo aniversario de la Revolución. Su “espíritu vanguardista” le permite que acepte importantes contratos para realizar murales en los Estados Unidos, poniendo así a un lado lo que ese país representaba políticamente para México y lo que ese dinero podría significar para un pintor que se consideraba revolucionario.
Rivera pintó un mural en Chapingo en lo que fue la antigua capilla, hoy conocida como “capilla riveriana”. Tanto el actual nombre de la capilla, como la disposición de alguno de sus murales evidencian la influencia de Miguel Ángel y su capilla. El diseño de la capilla contribuyó a darle a los murales una organización específica, pues éstos adoptan su forma. En la capilla riveriana el tema de la tierra también es uno de los temas centrales, y éste aparece en toda su multiplicidad: la tierra es naturaleza, materialidad, mujer, madre. Esta multiplicidad permite que podamos concebir esta serie de murales como un todo integrado cuya finalidad queda resumida en el mural de fondo, “La tierra fecunda”, donde culmina el recorrido del espectador; pero la riqueza visual de esta serie hace igualmente posible que concibamos varias de sus partes como un todo en sí mismo.
Rivera logró presentar estas ideas a la luz del ideal de cambio propuesto por la Revolución mexicana pues en el primer panel, “La sangre de los mártires revolucionarios fertilizando la tierra”, vemos que las imágenes de Emiliano Zapata y Otilio Montaño sirven para volver a sembrar los ideales de esa revolución. Rivera fue un pintor de múltiples facetas y uno de los grandes pintores del muralismo mexicano. Su obra es monumental en toda su extensión: en sus dimensiones, en su cantidad y número de propuestas y exploraciones estéticas, y en su intensidad. Debido a la monumentalidad de su obra, Rivera también logró hacer un arte educativo, el cual fue el cometido preliminar de la Revolución mexicana. Por último, logra hacer un arte revolucionario, en forma y contenido a partir de su “espíritu vanguardista”; sin embargo, el aspecto político, propiamente dicho, queda resuelto en sus escritos y en sus manifiestos , pero no en sus murales.
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