Fernando Irala
Es probable que en ningún otro momento en la vida los mexicanos hayamos esperado con tal ansia la llegada de este 28 de diciembre.
La fecha, es sabido, simboliza la credulidad de los inocentes.
Se pensaría que después de un largo camino andado en la historia los mexicanos no lo somos, pero lo evidente es que estamos urgidos de creer en algunas cosas.
Necesitamos con desesperación dar fe de que hemos domado la pandemia, que la curva de contagios se ha aplanado y que el pico mayor ya ha ocurrido y quedó atrás.
También, que la vacuna contra el coronavirus es totalmente efectiva, que el 90, 92 ó 95 de que nos han hablado es equivalente al 100 por ciento de confiabilidad, y que su aplicación no generará más daños en sí que el virus; que las pocas dosis que han llegado se multiplicarán varios miles de veces en las siguientes semanas y meses, para ser suficientes en la inmunización de todos los mexicanos.
Confiamos en que, como prometió el Presidente, por estas fechas o a más tardar al iniciar el año próximo nuestro sistema público de salud sea como el danés, aunque sospechamos que una aspiración más realista es que sea como el de Neza.
Queremos asumir que no ha crecido el desempleo y la pobreza, que la crisis económica iniciada con el sexenio no se ha profundizado, que el cierre de negocios por la pandemia se recuperará de inmediato y con creces, y que no es cierta la malévola frase de los opositores de que en el peor momento de la historia a México le ha tocado el peor de los gobiernos.
Igualmente deseamos que la violencia y la criminalidad hayan descendido abruptamente, que la política de abrazos y no balazos haya dado resultados espectaculares, y que la corrupción y la impunidad sean ya cosas del pasado.
Suponemos que está a punto de realizarse el sueño de abatir la desigualdad y la injusticia, que no haya discriminación ni violencia de género, y que todos seamos felices, que es lo que importa, y no esos espejismos de crecimiento económico que hemos perseguido de manera absurda e infructuosa por décadas.
Todos esos supuestos descansan en una creencia de origen, la de que no tenemos un gobierno de tontos, y que quienes están en el poder no suponen que los demás lo somos.
En todo ello es posible creer, al menos, este 28 de diciembre.
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