Pablo Cabañas Díaz.
El 20 de noviembre de 1999, Francisco Labastida Ochoa tomó protesta como candidato del PRI a la presidencia de la República. Registrado el 13 de enero del año 2000, ante el Instituto Federal Electoral, Labastida Ochoa pudo ser candidato presidencial, debido a que Ernesto Zedillo lo veía como un político débil que además cumplía con los candados que la XVI Asamblea Nacional del PRI impuso a los miembros de ese partido: tener diez años de militancia, y haber ocupado un cargo de elección popular, lo que automáticamente lo llevó a ser aspirante a la candidatura presidencial.
En su campaña, Labastida fue tejiendo alianzas y publicitando una imagen de conocedor de los problemas del país, pero la realidad era muy distinta, por ejemplo, su fallida estrategia para resolver el conflicto en Chiapas con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional era más que evidente, además de su incapacidad para detener el conflicto entre el Consejo General de Huelga y las autoridades de la UNAM. Estos antecedentes fueron bien vistos por el presidente que le dio su visto bueno para ser candidato por el PRI, previo proceso de una elección interna contra Manuel Bartlett, Humberto Roque Villanueva y, sobre todo, Roberto Madrazo.
En la elección interna del PRI no hubo una contienda para elegir a un candidato, así lo entendieron Manuel Bartlett y Humberto Roque Villanueva, pero Roberto Madrazo, apoyado por el poderoso grupo Atlacomulco y algunos viejos priístas que vieron en la contienda la posibilidad de enfrentarse a Zedillo. Estos viejos zorros de la política dejaron al candidato que designó Zedillo, todavía más débil y sin apoyó en amplias franjas del PRI. Labastida Ochoa llegó como un candidato sin el apoyo de una parte importante de la cúpula priísta y sin el respaldo real del presidente. Era una candidatura preparada para perder.
El costo de las campañas políticas del año 2000 fue sumamente elevado, ya que solo estaba reglamentado el momento en que los candidatos se registraban ante el IFE; pero lo que se consideraba como precampañas no estaban reguladas ni fiscalizadas por la autoridad electoral. En esa elección después de 71 años el PRI pierde la presidencia de la República. La caída comenzó la noche del 2 de julio. Desde las tres de la tarde los conteos rápidos y las encuestas de salida indicaban la ventaja de Fox por ocho o diez puntos. La esperanza de que el voto de las zonas rurales cambiaría las tendencias desapareció hacia las ocho de la noche.
Hay versiones, de que a las 21:40 de ese 2 de julio se terminó de grabar el mensaje que el presidente Zedillo dirigió a la Nación a las 23.10. A los priístas en general, y al grupo de Labastida en particular, este mensaje causó un malestar profundo. La intervención de Zedillo al paso del tiempo se puede considerar un exceso el que el presidente violentó los tiempos y las instituciones al declarar ganador de la contienda por la presidencia a Fox. Los tiempos electorales fueron violentados, porque la ley ofrecía un periodo en el cual los partidos habrían podido impugnar la elección. Además, porque correspondía a un organismo ciudadanizado, el IFE, declarar al vencedor y al Tribunal Electoral dirimir las controversias. La premura se debió o bien porque el propio Zedillo tenía prisa de declarar vencedor a Fox, para evitar la impugnación de la elección, o bien por la costumbre presidencialista de ser el fiel de la balanza de lo que ocurre en el país. La duda quedó poco tiempo , ahora con más información se puede interpretar como una jugada maestra en virtud de que el candidato de Zedillo no era Labastida, sino Fox.
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