Pablo Cabañas Díaz.
El finado especialista en derecho constitucional, Jorge Carpizo consideraba el tapadismo como un sistema perverso en engaños y mentiras, en el cual el presidente era el centro de un rejuego en el poder, en medio de intrigas palaciegas, para preservar el control total de su sucesión, y en el que se engañaba tanto a los presuntos involucrados como a la sociedad hasta la decisión definitiva. Arnaldo Córdova describió así el tapadismo: Servía, sobre todo, para ocultar las pugnas internas del oficialismo que se dirimían con toda clase de malas y buenas artes y, muchas veces, daba lugar a pequeñas rupturas u obligados ostracismos en que caían quienes no seguían, al pie de la letra, ese barbarismo político que se ha llamado reglas no escritas. Tapadismo y dedazo resumían la política de la simulación total. El que se mueve no sale en la foto, pregonó por años, Fidel Velázquez, quien por décadas controló el movimiento obrero y era uno de los principales operadores del mecanismo de traslado del poder. El ritual aseguró el control total del relevo y dotó de estabilidad al proceso, que se realizó sin sobresaltos en los siguientes años.
El último destape priísta a la vieja usanza fue el de Miguel de la Madrid. Era la fase final de la hegemonía tricolor, en la que la conocida cargada se expresó conforme a la parafernalia: la mañana del 25 de septiembre 1981, reunidos en Los Pinos, los tres sectores del partido –obrero, campesino y popular– expresaron al presidente José López Portillo su acuerdo en apoyar a De la Madrid. Eso detonó las masivas manifestaciones de respaldo al entonces secretario de Programación y Presupuesto.
La maquinaria priísta operó a plenitud por última vez: De la Madrid –el representante del viraje tecnocrático– ganó los comicios con más de 70 por ciento de votos. Una[PC1] crisis económica, los sismos de 1985, la irrupción de movimientos sociales y el surgimiento de la Corriente Democrática en el seno del PRI que, con Cuauhtémoc Cárdenas a la cabeza, exigía apertura en el proceso de sucesión, precipitaron el inicio de una nueva forma del tapadismo. Con Jorge de la Vega Domínguez como líder tricolor –que ofreció alcanzar 20 millones de votos, una cifra que nadie había logrado en el siglo XX– se ideó una pasarela con los llamados “distinguidos” priístas para legitimar el proceso, entre ellos Carlos Salinas de Gortari, Sergio García Ramírez, Alfredo del Mazo y Manuel Bartlett.
La situación se complicó una noche antes del destape, el 4 de octubre de 1987. Emilio Gamboa Patrón remitió una tarjeta a Federico de la Madrid, hijo del presidente, para notificarle al designado, pero sólo escribió SG. Al transmitir esta información al cuartel de Alfredo del Mazo González, se interpretó erróneamente como Sergio García Ramírez, cuando era Salinas de Gortari, lo que desató la confusión: Del Mazo felicitó a García Ramírez, hasta que la cargada hacia Salinas disipó el enredo. La elección de 1988, será recordada como uno de los episodios más agitados y difíciles de la historia del PRI. Una mera crónica del proceso electoral bastaría para justificar esos adjetivos, pues a lo largo de todas sus fases, el proceso electoral 1987-1988 tuvo episodios extraordinarios.
La presión no se redujo ni durante la sesión solemne de la Cámara de Diputados en que Miguel de la Madrid rindió su último informe presidencial, ni durante la ceremonia de toma de posesión de Carlos Salinas de Gortari. El sexto informe de gobierno de Miguel de la Madrid se desarrolló en medio de múltiples actos de protesta de gran cantidad de legisladores de oposición. Carlos Salinas de Gortari fue investido presidente en una ceremonia durante la cual los legisladores de la oposición declararon que su investidura carecía de legitimidad porque era consecuencia de una sucesión de actos ilegales. En ambas ocasiones, la mayor parte de la bancada parlamentaria de los partidos que postularon a Cuauhtémoc Cárdenas se retiró del recinto.
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