CIUDAD DE MÉXICO.- El abogado Juan Velásquez, reconocido porque nunca ha perdido un caso y porque ha defendido hasta a ex presidentes mexicanos, habla de su formación en la UNAM, su Alma Mater, de sus maestros y sus compañeros.
Dice sentirse orgulloso de la Facultad de Derecho, de donde egresó pero no se ha desligado en 50 años porque imparte cursos y conferencias en la licenciatura y el posgrado. «Se me ha distinguido y lo agradezco enormemente, con la Presea Conmemorativa de los Cuatrocientos Cincuenta Años de Derecho en América, la Medalla Conmemorativa del Cincuenta Aniversario de la Fundación del Doctorado en Derecho, ser miembro del Patronato del Consejo Nacional de Egresados de la Facultad de Derecho y del Consejo Asesor Jurídico, Profesor Honorífico del Colegio de Profesores de Derecho Penal y miembro distinguido y Vocal del Consejo Directivo del Patronato de la Facultad de Derecho».
De adolescente estuve interno en una universidad militar en la que aprendí los valores de la patria, la disciplina y el honor, que me formaron y me han servido para el desarrollo de la vida. En 1964 ingresé a la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México. Era un campus casi nuevo, pues se había inaugurado apenas 10 años antes, en 1954, después de que se trasladó de la señorial Escuela Nacional de Jurisprudencia en el barrio de San Ildefonso, en el centro majestuoso de la Ciudad de México. Su extensión de hectáreas y las construcciones e instalaciones modernas que tenía la hacían, a mi juicio, única. Los murales de Siqueiros y otros grandes artistas la presentaban imponente. En ella, luego de haber tenido una educación castrense férrea, comencé a disfrutar la libertad de acción y pensamiento y por primera vez en mi vida escolar, el acompañamiento de mujeres, aunque eran muy pocas.
Los profesores eran secretarios de Estado, ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, procuradores Generales de la República y del Distrito Federal, magistrados del Tribunal Superior de Justicia, etc., autoridades en sus materias legales y muy distinguidos académicos. Sin embargo, obviando esos cargos tan importantes y honrosos, se presentaban con el orgullo mayor de ser… ¡Catedráticos de la UNAM!
José López Portillo, Luis Recasens Siches, Floris Margadant, Jorge Sánchez Cordero, Rafael Rojina Villegas, Celestino Porte Petit, Mario de la Cueva, Alberto Trueba Urbina, Alfonso Noriega, Antonio Martínez Báez, Emilio O. Rabasa, Niceto Alcalá Zamora, Fix Zamudio, Javier Piña y Palacios, Antonio de Ibarrola, Arsenio Farell Cubillas, Ignacio Burgoa Orihuela, Fernando Castellanos Tena, Guillermo Colín Sánchez, Alfonso Quiroz Cuarón y muchos más legendarios pertenecían al claustro docente y a quienes los alumnos de ahora conocen por sus libros de texto. Todos eran hombres honorables y sabios, que paciente y diligentemente nos transmitían sus vastos conocimientos y con su ejemplo nos infundían los valores que los licenciados en Derecho debían tener. Tuve la fortuna inmensa de conocerlos personalmente y aprender algo de lo tanto que sabían.
Ser estudiante de la UNAM era un orgullo, todos sentíamos esa dignidad, siempre portábamos un libro bajo el brazo y aun los alumnos más modestos, aunque sin saco, usaban corbata.
Había pruebas escritas trimestrales y era impensable que algún estudiante tuviera una falta de ortografía. Los exámenes finales eran orales y con tres sinodales. Los cursos duraban un año y la carrera cinco. Debí concluirla a finales de 1968, pero por el movimiento estudiantil del 68 la Universidad cerró. En 1969 terminé los estudios y el 29 de enero de 1970 obtuve el título de abogado.
La Universidad tiene afortunadamente una Fundación, integrada por personas muy valiosas y generosas, que dedican su tiempo y esfuerzo a la noble tarea de beneficiar a los estudiantes más necesitados y que sin ella carecerían de los recursos económicos necesarios para seguir una carrera profesional. Esa Fundación, idealista, merece el apoyo de todos los que somos universitarios, cooperando en la tarea de la educación pública y la mayor gloria de nuestra alma mater.