FRANCISCO RODRÍGUEZ
Porque la claque en el poder carece de la mínima idea de lo que es el Estado, hoy más que nunca es necesario el empuje social para conquistar la escena pública. México está a punto de lograrlo. Ha sido un país demasiado explotado. No lo decimos sólo los escribidores, son las cifras de la vergüenza nacional en la actualidad.
Basta de candidatos oficiales dedicados a perpetuar la complicidad de las autoridades formales con la delincuencia organizada y con el narcotráfico, solícitos a defender las condiciones de los entronizados, bajo el disfraz de la lucha contra la corrupción.
La reconocida firma de investigación Wealthsight, dedicada al monitoreo de las personas más acaudaladas del mundo, se encontró con esta joya: en México existen, en medio de ciento treinta millones de personas, sólo dos mil quinientos multimillonarios que concentran la mitad de la riqueza total del país.
Aún más, de ellos, dieciséis sujetos cuentan con fortunas por encima de los mil millones de dólares, todos ellos generados en base a concesiones gratuitas, tráficos de influencia, cesiones de facultades estatales, prebendas injustificadas, contratos de obras innecesarias o faraónicas, privilegios por encima de la media internacional.
Son los ricos de Forbes. Un grupo más influyente que cualquier mandarín, dictador, jeque, monarca europeo o líder de dinastía africana o asiática. Y no es algo que se lo hayan sacado de la manga.
Por lo general, son sólo prestanombres de firmas neoyorquinas
Wealthsight se ha dedicado muchos años a realizar investigaciones de campo que han reseñado con lujo de detalles en revistas especializadas que aquí en el rancho grande no circulan a población abierta. La vesania, el asesinato, el entierro de cuerpos vivos de trabajadores, las inundaciones provocadas, entre otros crímenes, cubiertos por el manto del control gubernamental.
El grupo que refiere la agencia Wealthsight es demasiado dominante, pero mucho menor en número de miembros a los científicos porfiristas, mucho más ignorante y represor que esos octogenarios del pasado, que eran más de cien mil, en un país de quince millones de habitantes.
Hoy somos ciento treinta millones, pero somos una marea humana más miserable y abandonada que aquéllos mexicanos de principios del siglo veinte.
Un grupo de sujetos, dueños de todas las expresiones del dinero y del poder. Por lo general, prestanombres de firmas neoyorquinas, dueños de las industrias incipientes, la manufactura, el comercio y los servicios del país. Dueños de la Bolsa Mexicana de Valores, del Banco de México, del Ejército, de la Iglesia, dueños del deporte, de la recreación, de la cultura y de cualquier cosa que usted desee agregar.
Un grupo de sujetos protegidos desde el poder prestado que reinan sobre una enorme masa de ciento treinta millones de connacionales, sin mecanismo de control sobre nada de lo que existe en el mundo, en su mundo. Que tiranizan, pontifican y se sienten amos de lo que existe o pueda existir.
Los gobernantes han lucrado en sus dizque luchas contra el hambre
Faltaría agregar que los más pobres, marginados y desatendidos son indígenas, no hablan español y viven en las zonas urbanas y rurales, en las franjas de miseria de las grandes ciudades, que jamás alcanzan a completar el día.
Son mexicanos que ejemplifican una realidad donde se justifica el escepticismo y la decepción de grupos de población de decenas de millones, respecto de los discursos triunfalistas y demagógicos de quienes dicen luchar a brazo partido contra la corrupción. De quienes han lucrado con ellos toda su vida, sin aportar absolutamente nada.
Y es que se ha demostrado hasta la saciedad que cuando los gobernantes no tienen idea de lo que es el Estado, son inmunes a todo lo que signifique equidad. Cuando pasa eso y los diletantes se posesionan de los cargos públicos, los estados o naciones son una mera máscara, una ficción legal, detrás de la cual operan los que deben operar.
No hay democracia. Vivimos bajo las órdenes de la oligarquía
Los grandes conglomerados privados que utilizan a los nativos empoderados como simples mandaderos de sus deseos, subordinados y colocados a su servicio mediante el engaño y la corrupción generalizada. Basta con hacerlos sentir dictadorcillos para montarse impíamente sobre sus lomos.
Cuando eso pasa es mentira que existan las democracias. Lo que existe es la forma más cruda de plutocracias u oligarquías nacionales, absolutamente sometidas a los mandatos de los centros internacionales de poder. Son expresiones de la teoría política moderna, aquí y en China. Nadie se salva, es la terca realidad, esa que cada día tocamos sus linderos.
Los regímenes peleles generan una ciudadanía de baja intensidad
Un régimen pelele se rodea de las instituciones formales de la democracia, poseyendo el monopolio de las decisiones de las áreas estatales y de la fuerza. La designación de funcionarios a modo es clave para transformar a los estados en el gobierno haciéndoles sentir que dominan, desapareciendo los límites entre lo público y lo privado.
Así también, las organizaciones sociales y los partidos son cooptados como patrimonio propio. El desdibujado límite entre lo público y lo privado, legitima la apropiación de los bienes materiales y de los símbolos nacionales, distribuyendo y usufructuando indiscriminadamente los beneficios entre minorías rapaces, excluyentes y sin fondo posible.
Esos regímenes peleles generan una ciudadanía de baja intensidad, funcional a sus intereses de obediencia ciega. Refuerzan así la imagen del líder paternal atento a las demandas de su pueblo y siempre debilitan la noción de titularidad de derechos sociales y patrimonio popular, enmascarando la noción de la dimensión ciudadana.
Preservación de las élites, del etnocentrismo, del machismo, de la discriminación
Analizado objetivamente los discursos de la élite pelele son absolutamente distantes del bienestar y la prosperidad colectiva. Sólo reproducen la supremacía de los fuerte sobre los débiles, de los mestizos sobre los indígenas. Del hombre sobre la mujer, de la preservación de las élites, del etnocentrismo, del machismo, de la homofobia, del egocentrismo, de la distinción de clases. Nunca se dirigen a establecer estrategias duras contra la desigualdad y contra la discriminación.
Está demostrado que quienes desean el cambio real son el setenta por ciento de los electores nacionales. Es la hora de la verdad y ésta no admite retrocesos, rodeos ni vacilaciones.
¿No cree usted?
Índice Flamígero: Y en su cruzada en contra del outsourcing,,, AMLO acabó doblándose ante el poder y la presión del sector empresarial.
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