*Lo único constatable muy pronto en el desistimiento de cargos a favor de Salvador Cienfuegos y el inmediato regreso a su casa, es que será la fruta más envenenada que haya recibido la 4T, a la que colocaron en una situación de perder-perder
Gregorio Ortega Molina
A estas alturas debe quedarnos claro que son muy pocos los mexicanos con responsabilidad de poder que comprenden y aceptan el concepto de servir al Estado por encima del gobierno que los convoca. Hace mucho tiempo que quienes administran al país sólo se sirven a ellos mismos.
Supongo que uno de los últimos y pocos servidores del Estado con una clara idea de su función pública es Salvador Cienfuegos. Lo que desconozco es si alguien en el actual gobierno tiene a su cargo esas funciones que el ex secretario de la Defensa dejó de desempeñar, y si está consciente de la responsabilidad adquirida para cumplirlas y cubrir, que nunca proteger, con un manto de olvido a su antecesor.
Es momento de recordar tres textos fundamentales para comprender la época que vivimos en el mundo. Asistimos a un cambio de guardia, y no es un asunto exclusivo de lo que ocurre en México. Me refiero a El Imperio perdido, de José María Pérez Gay, a El mundo de ayer, de Stefan Zweig y a ¡Tierra, tierra!, de Sándor Márai. Somos protagonistas de una época que aceleró su proceso de transición debido a la necesaria administración del narcotráfico por parte de las autoridades, para controlar los flujos financieros y disminuir, en lo posible para no perjudicar el negocio, el número de muertes violentas; también impulsada esa aceleración por la Revolución Cibernética. El tiempo real modifica la percepción del entorno, dificulta ocultar los sucesos y transforma la alteridad.
El Covid-19 incide en lo anterior, porque ante de la imposibilidad de muchos millones de seres humanos de “permanecer comunicados”, serán dejados de lado en los nuevos e impuestos procesos educativos. Evoco Barbarella y la manera de hacer el amor en su mundo. La pantalla como sucedáneo del cuerpo humano.
Les comparto la carta que la tía Nena escribe en La neblina del ayer, de Leonardo Padura: “… la prisa, la guerra contra el pasado y, sobre todo, está esa gente ilusionada en un cambio, desbordada de júbilo, diría que hasta muy contenta con lo que confían en recibir por su fervorosa credulidad, sin pensar que pronto les llegarán las exigencias terribles de la fe sin cuestionamientos que ahora profesan. Mi esperanza es que, como decía tu padre, en este país nada suele durar demasiado, somos definitivamente inconsistentes y lo que hoy parece un terremoto devastador, mañana se disolverá en un pintoresco desfile de carnaval” (o de la Revolución, o del 16 de septiembre).
De allí que insisto en preguntarme -lo hago desde hace tres semanas- cómo resolverán los dilemas éticos y morales, lo que no es un asunto estrictamente político, pues las religiones habrán de confrontarse con sus fieles, cuando menos para que no se fumen sus “churros” en los atrios o en los quicios de las puertas de los templos y las sinagogas.
Lo único constatable muy pronto es que el desistimiento de cargos a favor de Salvador Cienfuegos y el inmediato regreso a su casa, se convirtió en la fruta más envenenada que haya recibido la 4T, a la que colocaron en una situación de perder-perder.
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