Por Mouris Salloum George// DESDE FILOMENO MATA
El mito se enquista, hace su función, cuando quienes lo quieren utilizar para someter son los mismos que los han impuesto como dogmas de fe. La siembra de los mitos políticos casi siempre se originó en el morral de los funcionalistas norteamericanos de hace setenta años, no son nuevos, tienden a crear ilusiones.
Los funcionalistas llegaron a crear auténticas exageraciones y leyendas como el desarrollismo, aquella “ciencia” inventada por los econometristas que incluso querían medir el crecimiento de un país en base a las toneladas de llantas automotrices consumidas, casi siempre por las clases pudientes.
El método funcionalista creó muchos mitos, mismos que nos fueron transmitidos a través de nuestros becarios nylon, entre ellos que la concentración del ingreso y la acumulación creciente de capital en pocas manos, era condición indispensable para la riqueza de las naciones.
O que el atraso de los países pobres se debía a que no se ajustaban a lo que ordenaba el “american way of live”, o el modelo del federalismo norteamericano, o que todo se resolvía aplicando la Alianza para el Progreso, la educación sin planificación, las etapas rituales del crecimiento económico. O sea, primero crecer para no repartir jamás.
En la política, la praxis es el proceso por el que toda teoría pasa a formar parte de lo ejecutado, de las experiencias vividas. Todo lo que no entra al fondo de las cosas es banal, superficial, funcional. Es lo que aparenta ser real, cuando en la realidad es sólo una parte de aquello que pretende ocultarse.
Lo funcional es la antípoda de lo real, de lo único que existe, de la praxis. No hay más cera que la que arde. En cambio, las teorías funcionalistas de la política han sido el pasto de donde se nutre todo lo que distrae de lo que en verdad debe interesar.
Lo funcional, por esquemático, casi siempre es engañoso. Desde que el método funcionalista de investigación fue inventado por los antropólogos Bronislaw Malinowski y Arthur Radcliffe- Brown, los autores funcionalistas trataron de racionalizar las funciones recurrentes de las costumbres e instituciones, privilegiándolas sobre el análisis estructural.
Lo aparente fue llamado estructural, a pesar de que nunca lo había sido. El método funcionalista hizo escuela desde los años cincuenta del siglo pasado, hasta nuestros días, pues se trataba de explicar cómo lo que acontecía en las cúpulas del poder era independiente de los efectos provocados en la disparidad del desarrollo económico, político, social y cultural de nuestros pueblos.
El método funcional fue la droga dulce. Se extasiaba resaltando el gran temple que tuvo Truman para soltar las bombas atómicas, lo mismo que las truculencias moscovitas que se tramaban en la URSS para acabar con las democracias occidentales. Arrasó con la cultura de fondo, ésa que busca las explicaciones reales.
Nunca explicaron las causas estructurales de las crisis que ellos mismos habían provocado, pero en contraparte el funcionalismo les sirvió para derramar las propias culpas hacia todos los confines y salir airosos, gracias a la explotación de las creencias en boga o gracias a la poca preparación política en sus áreas de influencia.
Hoy, cuando el mundo no ofrece demasiados intersticios para asirse de la realidad, el funcionalismo vuelve a acechar con gran fuerza, con gran posibilidad de hacer escuela. Amenaza con volver a ser la droga dulce disponible en el mercado.
La opinión pública debe estar alerta. Ha llegado el momento de la realidad cruda, seca y cruel.
*Director General del Club de Periodistas de México, A.C.