MIGUEL ÁNGEL FERRER
A seis meses de las elecciones del 6 de junio de 2021 es muy claro que la oposición no está en condiciones de vencer al obradorismo. La mejor prueba de ello es la convocatoria de los dirigentes y voceros del conservadurismo para la conformación de una gran alianza de los tres partidos de la derecha: PAN, PRI y PRD.
Pero también desde ahora están muy claros dos hechos. Uno, que la conformación de esa alianza será un empinado camino cuesta arriba. Y, dos, que si llegara a concretarse le será casi imposible obtener resultados positivos.
Primeramente porque los partidos que la conformarían están muy desprestigiados y tienen bien ganada fama pública de corruptos y oportunistas. Además, cada una de esas agrupaciones carecen de un líder medianamente carismático, con prestigio intelectual y con algún talento político.
También carecen de una oferta electoral atractiva para la inmensa mayoría de los ciudadanos. Sólo ofrecen un regreso a las políticas económicas neoliberales, es decir, a la época de las privatizaciones de los bienes públicos y del saqueo de las arcas nacionales.
Una vuelta a los tiempos de la gigantesca evasión fiscal del pripanismo, al derroche de los recursos colectivos y al lujo y al boato pagados con recursos que hoy se destinan a mejorar el nivel y la calidad de vida de las masas populares. Un retorno a la participación del gobierno en las rentables actividades de la delincuencia organizada: narcotráfico, secuestros, robo de vehículos, huachicoleo, contrabando y tráfico de personas: mujeres, niños y migrantes.
Por otra parte, esa improbable alianza electoral de la derecha tendría que enfrentar a un movimiento social con enorme base popular, como lo demuestran todas las encuestas conocidas públicamente, incluso aquellas realizadas por agencias y organizaciones de la derecha, sondeos que consignan una aprobación ciudadana al obradorismo de más de 70 por ciento.
Esa improbable alianza de las derechas tendría que resolver, además, el problema del reparto de las candidaturas, un presumible proceso de rebatiña y agandalle, en el que no primarían los principios ideológicos y éticos, sino solamente los más descarnados intereses personales.
Quizás la única cosa buena del llamado a esa alianza de los tres partidos de la derecha sería que, por ahora, han pasado a segundo plano las opciones desestabilizadoras y golpistas.
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