Pablo Cabañas Díaz
Al terminar su sexenio como presidente de la República, Adolfo Ruiz Cortines se fue a vivir a la colonia San José Insurgentes, una zona de clase media, la decoró sin candiles, porcelanas ni tapetes persas, y allí vivió con su segunda mujer. Era un espectáculo común ver a la pareja caminando sola y sin guardias por las calles, conversando con la gente. El simple hecho de que Ruiz Cortines fuese desde entonces sujeto de incontables anécdotas sobre su sencillez, solvencia y honradez, es sintomático de lo extraña que esa conducta parecía en un ambiente público donde la corrupción, el desorden y el despilfarro se daban por descontados. Él era distinto, y procuraba proyectar una imagen inmaculada, quizá porque venía de muy lejos y muy atrás. Había recorrido sin mayores pretensiones, con la mirada atenta y la mayor cautela, el México bronco de los generales empistolados. Quizá por la lentitud con que había construido su carrera política, o por la conciencia de ser un hombre mayor, incluso que Ávila Camacho y Cárdenas. Como decía Jaime Torres Bodet: “Serio en el humorismo, sonriente en la seriedad, incrédulo ante el elogio y con la capacidad de discernir… la rendija -para otros imperceptible- que media siempre entre lo que parece ya cierto y lo que, en efecto, lo es.”
A Ruiz Cortines no le gustaba declarar y enviaba a algún secretario de Estado a hacerlo por él. Su jefe de Prensa preguntaba: “¿Y si se equivoca?” A lo que el presidente respondía: “Se equivoca él, no el presidente.” Ha habido presidentes que han aplicado esa máxima de Ruiz Cortines y hay otros a quienes les ha pasado de noche.
Ruiz Cortines, le explicó a un periodista a quien le señalaba que en su condición de expresidente se libraba de “tragar sapos”: “Se equivoca usted, porque no sabe de esto. Entre los políticos hay dos tipos de comensales: los que disfrutan su ración de sapos y los que la tragan con repugnancia y a solas hacen esfuerzos por vomitar… quedamos pocos. Viejo, como estoy, hago por vomitar. Ni la vejez puede con la política. Sólo la muerte la vence”.
Esa anécdota la había puesto en práctica muchas veces como cuando uno de los aspirantes a la presidencia Gilberto Flores Muñoz, quien había sido gobernador Nayarit y fue su secretario de Agricultura, por lo que se sintió como el triunfador en la sucesión presidencial. Flores Muñoz al enterarse de que el ungido para suceder a su jefe no era él sino Adolfo López Mateos, como loco corrió a las oficinas del presidente Ruiz Cortines para contarle lo que aparecía en los periódicos y en la radio. Ruiz Cortines, fingiendo estar formalmente sorprendido por lo que le estaba pasando, le dijo a Flores Muñoz: “Ni modo ‘Pollo’, nos ganaron”.
El mismo trato que le dio Ruiz Cortines al “Pollo” Flores Muñoz se lo dio a Gonzalo N. Santos, quien insistía en ser su secretario de Gobernación, es entonces cuando cita al “Alazán Tostado” en sus oficinas presidenciales y le dice con profundo respeto: “Mira, Gonzalo, tú eres un hombre valioso, por eso te quiero tener cerca, porque puedes ayudar mucho a la Revolución Mexicana, te quiero tener cerca, ‘Pollo’, muy cerca del poder”. Gonzalo N. Santos pensó que se había hecho ya el asunto de la Secretaría de Gobernación y le pregunta al presidente Ruiz Cortines: “¿Y cuándo tomo las oficinas de Bucareli”? A lo que el presidente le contesta: -No, pollo, te quiero más cerca, te quiero como embajador de México en Guatemala. Naturalmente que Santos no aceptó esa elegante humillación.
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