Luis Alberto García / Moscú, Rusia
* Estudio imprescindible del ex diplomático David Floyd.
* Analiza a fondo el resquebrajamiento del poder zarista.
* Los grandes obstáculos para la Reforma política.
* Pobreza y riqueza eran las huellas indelebles.
* Nicolás II, incapaz de ganar la guerra o llevar la paz.
* Los bolcheviques, apoyados resueltamente por el pueblo.
En su obra La primera Revolución rusa (Biblioteca Siglo XX, Ediciones Nauta, Barcelona, 1970), David Floyd narra cómo fue el resquebrajamiento del poder zarista a partir de 1905, cómo se llevó a cabo esa revuelta fallida, quiénes fueron sus autores y cuáles las consecuencias: ese es el objeto del estudio de una obra imprescindible para entender qué pasó al nacer el siglo pasado.
El estudio de Floyd entra a profundidad en el mundo eslavo al seguir los orígenes de lo que llama “Revolución de 1905”, mediante el testimonio de quienes dirigían en esa época la política y la economía de un país en el que la pobreza extrema y la riqueza insultantes eran huellas indelebles.
Su libro abunda en estadísticas e indicadores económicos y demográficos que, claramente, arrojan luz sobre hechos que llegan hasta febrero de 1917: el poder del gobierno provisional se acaba la noche del 25 de noviembre cuando, en definitiva, los bolcheviques derrocan a Alexander Kérensky y barren con los residuos zaristas.
En el cuarto capítulo -Los grandes obstáculos para la Reforma política-, David Floyd se detiene para asegurar que la nobleza y los terratenientes llevaban una vida de lujos, mientras que los campesinos pobres llevaban una existencia miserable y estaban al borde de la hambruna, convertidos en mano de obra servil y bajo un régimen de esclavitud que no admitía tal nombre.
Este contraste se mantenía a principios del siglo XX y fue de las capas más instruidas de esa sociedad injusta y desigual de donde salieron sus principales críticos, dirigentes como Vladímir Ilich Uliánov, Lenin, surgido como el líder y entre los dirigentes más sobresalientes contra la opresión monárquica.
Antes de sus conclusiones, el diplomático inglés, quien fue embajador en las antiguas Checoslovaquia, Yugoslavia y Rusia, dice que las tropas de Moscú llevaban dos años y medio luchando en la Primera Guerra Mundial y sufrían incontables bajas y problemas graves de abastecimiento.
Debido a cuestiones logísticas, resultaba imposible suministrar alimentos al país y al Ejército, con el gobierno tratando de concentrarse en el frente; pero con las ciudades, incluida Petrogrado (que tuvo ese nombre entre 1914 y 1924), el antiguo San Petersburgo, enfrentadas a una inanición que empezaba a ser crónica.
“La industria era incapaz de resolver el problema. La población urbana sufrió en la segunda mitad de la guerra”, escribió Lev Davídovich Trotski en su monumental Historia de la Revolución Rusa (Imprenta Gollancz, Londres, 1933), prologada por Mijaíl Florinski, quien subraya que Nicolás II era visto como un gobernante sin talento e inútil, incapaz de ganar la guerra o llevar la paz.
“El pueblo llegó al límite”, expresó Florinski en las primeras líneas de ese libro clásico: “Un suceso sumamente importante se dio el 23 de febrero de 1917 -8 de marzo según el calendario gregoriano-, Día Internacional de la Mujer Trabajadora: cerca de 100 mil tejedoras de esa capital se declararon en huelga bajo el lema ¡Queremos pan!”.
Así, en dos palabras se resumía el dramatismo de una situación a la cual la cabeza del gobierno fue insensible, hasta que la huelga pronto se convirtió en un levantamiento político al que se unía cada vez más gente y, sin detenerse y disparar sus fusiles, la guarnición de la capital apoyó las protestas.
Varios días después, el 5 de marzo, los generales y políticos simpatizantes del movimiento obligaron a abdicar a Nicolás II, representante de una monarquía que se sintió eterna, que había durado más de tres siglos, y que cayó en una semana.
En Petrogrado, el poder se dividió en dos: por un lado, tomó el poder el gobierno provisional, que era moderado y prometió continuar la guerra hasta la victoria, mientras otro era dirigido y supervisado por los sóviets –los comités y órganos elegidos en las bases de la sociedad–, compuestos por trabajadores y soldados.
El objetivo general –prosigue Fiorinski en la introducción al libro de Trotski- era crear una amplia Asamblea Constituyente que determinara el futuro del país; pero esa doble forma de gobernar pronto se derrumbó en octubre de 1917 con la victoria bolchevique, la mayoría que tomaría la conducción revolucionaria firme y definitivamente.
Los bolcheviques eran el partido más a la izquierda en el espectro político ruso, cuyos líderes, incluyendo a Vladímir Ilich Uliánov, regresaron a Rusia después de la revolución de febrero y exigieron el fin inmediato de la guerra, la nacionalización de la tierra y el cambio del gobierno, al que calificaban como “burgués-liberal”, por uno que gobernara con los sóviets.
Mientras tanto, continuaba la Primera Guerra Mundial, el Ejército y la población se estaban debilitando y ese gobierno provisional –con Alexander Kérenski como líder reconocido- no logró ganarse la lealtad popular y tuvo que hacer frente a más disturbios de la derecha y de la izquierda.
Ante la inutilidad de medidas que aspiraban a poner solución a la crisis, los llamados a esperar a la creación de una Asamblea Constituyente no causaban ningún entusiasmo ni impacto, lo que creó un vacío de poder.
La noche del 25 de octubre (el 7 de noviembre, que la Revolución triunfante tomaría como fecha oficial) -, los revolucionarios ocuparon la oficina central de correos y telégrafos y asaltaron con éxito el Palacio de Invierno, haciendo caer al gobierno provisional, cuyos miembros huyeron o fueron arrestados.
Los bolcheviques fueron resuelta y ampliamente apoyados por el pueblo y después de llegar al poder, emitieron el Decreto sobre la Paz con Alemania, además del Decreto sobre la Tierra que la distribuía a los campesinos en su totalidad.
Las promesas de los bolcheviques no eran fáciles de cumplir debido a que la guerra civil se prolongó durante más de tres años (1918-1921) y los campesinos tuvieron que esperar mucho tiempo para recibir tierras; pero los sóviets y los bolcheviques triunfaron y la Unión Soviética, desde diciembre de 1922, fue el régimen gobernante en los siguientes siete decenios.
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