*Creo que Rosa Icela Rodríguez, a quien he escuchado hablar de su madre y de la cercanía con ella, debió dar un paso de lado, para que la mirada de AMLO se fijara en otra persona. Permanecer en la tarea de administrar los puertos y supervisar las aduanas que en ellos operan. La lealtad puede matar su brillante eficiencia, hasta hoy.
Gregorio Ortega Molina
Todo exceso pudre. Luzbel fue el más bello de los ángeles. Su resplandor lo ensoberbeció y se negó a postrarse ante Cristo, nacido antes de la cuenta del tiempo. De la misma manera el celo abundante en la práctica de las virtudes humanas, las convierte en yerros.
La lealtad sin cuestionamientos, ciega porque se ha instruido al amigo o al subordinado no ver los horrores y errores del líder, jefe o tlatoani, termina por devaluar los afectos y romper la disciplina, sobre todo cuando las debilidades humanas adquieren tal peso que se convierten en lastre.
Conozco a Rosa Icela Rodríguez desde su época en la Asamblea de Representantes del entonces Distrito Federal. Como es habitual en él, Jorge Meléndez Preciado nos acercó. Desde esa época, toda vez que he acudido a ella y a sus buenos oficios, ha resuelto con discreción y una amabilidad sin límites, los problemas de conocidos y amigos. De índole social, siempre, y una vez fue un tema de procuración de justicia, para que por fin se detuviera a un grupo de violadores. Terminaron con sus cuerpecitos en la cárcel.
Ha tenido a su cargo tareas de especial interés para Andrés Manuel López Obrador. Vigiló que se instrumentara con eficiencia el programa social de los viejitos, el que catapultó a su jefe a la fama nacional, a la aceptación necesaria para reorientar sus aspiraciones y llegar hasta donde hoy se encuentra.
Inició el sexenio como Secretaria General del Gobierno de la Ciudad de México, fue brevemente la responsable de la administración de los puertos en la república, dio positivo al Covid-19 y ahora es la Secretaria de Seguridad Pública Ciudadana a nivel federal, que tal como la deja su antecesor, Alfonso Durazo, ha quedado transformada en una institución fallida, debido a la idea de que todo en ella estaba corrompido.
Con un agravante, supuestamente bajo su égida cae el mando de la Guardia Nacional, a menos de que fuese llamada a ese lugar para continuar con una simulación que el presidente de la República considera necesaria, para tener a las Fuerzas Armadas a mecate corto, como él mismo dice al referirse a ciertos grupos opositores. El jefe de jefes muestra que no hace distingos.
Es momento de meditar en las hermandades establecidas en las corporaciones policiacas, en el estado en que se encuentra la inseguridad pública, en el crecimiento de la violencia, no siempre promovida por los narcotraficantes, y en esa secuela de fosas clandestinas. Imposible olvidar el cobijo a Ovidio Guzmán.
Creo que Rosa Icela Rodríguez, a quien he escuchado hablar de su madre y de la cercanía con ella, debió dar un paso de lado, para que la mirada de AMLO se fijara en otra persona. Permanecer en la tarea de administrar los puertos y supervisar las aduanas que en ellos operan. La lealtad puede matar su brillante eficiencia, hasta hoy.
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