Pablo Cabañas Díaz
En 1985, a unos meses de haber tomado posesión Rafael Corrales Ayala, último gobernador priista de Guanajuato, enfrentó una renovación de poderes municipales, en donde se mostró la fuerza de la oposición. Para despresurizar el clima político de la entidad, debió enfrentar una prolongada protesta postelectoral en la propia capital del estado por parte del Partido Demócrata Mexicano (PDM), que existió entre 1975 y 1997 cuyos antecedentes se remontaban a la guerra cristera. Corrales Ayala tras arduas negociaciones logró que los priistas aceptaran una elección extraordinaria en Comonfort, para dárselo como premio de consolación a sus adversarios con la obvia connivencia del PRI.
Corrales Ayala, puso en práctica una especie de democracia dirigida para darle espacios a los partidos de oposición en Guanajuato. El diseño no siempre respondió. En 1988, al igual que al resto de sus colegas y al propio candidato del PRI, Carlos Salinas de Gortari, al guanajuatense lo sorprendió la irrupción de una oposición que rompió la domesticación, a través de los liderazgos de Cuauhtémoc Cárdenas en la izquierda y Manuel Clouthier en la derecha.
Unos meses después, en diciembre de 1988, el gobernador priista veía como la ciudad de León se lanzaba a votar masivamente por el candidato panista Carlos Medina Plascencia, pese al intento de relleno de urnas. Meses antes el alcalde priista de la ciudad, Antonio Hernández Ornelas, se había visto obligado a renunciar por un escándalo de mal manejo de fondos públicos, lo que anticipó la derrota en las urnas de su partido.
Corrales Ayala fue un gobernador bajo asedio, no precisamente de la oposición, que apenas daba sus primeros pasos para convertirse en verdadera opción de gobierno, sino de la propia quiebra de los métodos y estilos priistas bajo los cuales hizo su carrera política y de los que ya no podía escapar cuando llegó como gobernador, en 1985, a los 60 años.
Por eso, porque era un conocedor profundo de los resortes pragmáticos del poder, el último gobernador priista de Guanajuato sabía lo que significaba el arribo del PAN al gobierno, a través de la negociación que realizaron Carlos Salinas y Diego Fernández de Cevallos: lejos del talante democrático que exhibía el discurso opositor el panismo, su práctica se convertiría, más pronto que tarde, en un ejercicio de poder similar al priista, con una cooptación absoluta de las expresiones sociales y con la generación de un ciclo amplio de dominio.
Lo que quizá no dijo Corrales Ayala a sus escuchas, pero que estaba facultado como pocos para prever, fue el inevitable desmoronamiento del PRI, un partido ligado al ejercicio del gobierno, un apéndice del poder, un aparato electoral del mandatario en turno.
Vemos al PAN, hoy como al PRI de Corrales Ayala, intentando mantener el poder a través de la alianza con otros partidos políticos. El PAN abandonó la iniciativa para centrarse en actitudes defensivas. La política en México, con actores nuevos y otros no tanto, con partidos viejos y otros “nuevos”, sigue atada a los vicios de siempre. El PAN, en su momento ofreció cambiar todo en Guanajuato, para que todo siguiera igual.
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