OPINIÓN
Por Francisco Rodríguez
Tiene demasiado tiempo, más del soportable por cualquiera, que estamos sometidos no a un juego de sorpresas, como el de antes, sino a un ridículo juego de mentiras y ambiciones del poder donde los farsantes se aprovechan de un público cautivo que recibe a diario las acechanzas y amenazas de quienes creen que la función en esta carpa nunca termina.
Es inaudita la cantidad de improperios, despropósitos, de esta escenificación huehuenche, de esta farsa inicua que no tiene límites éticos ni permisibles. A diario nos enfrentamos a realidades que creíamos superadas, de fantasías inadmisibles, de mentiras que nos asfixian y para las cuales no encontramos la salida.
México, contra lo que muchos piensan, no merece estar atrapado entre la necesidad apremiante y la sorna a sus principios. Somos un pueblo sometido, con grandes valores históricos, constitucionales, jurídicos y morales que están a punto del naufragio, que han sido desconocidos y violentados por una pandilla de incapaces.
Aquí la sevicia se ha convertido en una dolorosa consigna, la música de banda es la cultura, el sonsonete macabro de los ignorantes que parten el bacalao, que reparten las concesiones y los dineros del Estado. Para colmo, enajenados por medios de comunicación vendidos y reacios a que se tomen las medidas indispensables para corregir el rumbo.
Ni Leviatán ni Ogro Filantrópico. Tenemos un ratón asustado
El custodio de la armonía social, el responsable del orden, de defender al hombre incluso de sí mismo y a pesar de sí, la voz de las víctimas, la barrera del respeto, el límite de la truculencia, la corrupción y los abusos, la última instancia de negociación, lo que fue conocido como el Estado mexicano ha quedado a punto de reducirse a los escombros.
¿Dónde quedó aquél monstruo del Leviatán, construido por todo el mundo en sus diferentes épocas y en consonancia de ideas para legitimar el monopolio legítimo de la violencia y conservar el poder por valores que debían emanar del conjunto de la sociedad?
¿Dónde quedó aquel Ogro Filantrópico que retrataba de cuerpo entero a un poder público que servía en su momento para que los regímenes políticos repartieran las prebendas colectivas para desempeñar una función favorecedora a sus intereses sí, pero consciente de los conflictos sociales, para resguardar su base social?
Ahora, ni Leviatán ni Ogro Filantrópico. Lo que tenemos es un ratón asustado, endeudado hasta el cogote, inepto para defender la seguridad pública y nacional, entregado a los intereses ajenos, muerto de miedo frente a la avalancha electoral que le caerá encima, armado hasta los dientes para contener a cualquier costo el avance de la voluntad colectiva.
Se han demolido las bases de un Estado que antes nos defendía
A cambio, un aparato gubernamental que, a través de la mentira y la sospecha, ubica al margen de la ley a cualquier gobernado o ser pensante y diferente a sus enajenados designios. Que ya retornó a la caverna de la mano de la derecha más reaccionaria, que ha reducido y suprimido la protección de las garantías individuales y sociales, que trabaja a ritmos forzados bajo el signo de la derrota.
Sin idea de gobierno, sin idea de país, más allá de lo que funciona como caja registradora de los entres y los moches cobrados por concepto de comisiones por la subasta y entrega de los bienes nacionales. Los palurdos del sistema se sirven con la cuchara grande, entre mercachifles locales y extranjeros, entre zopilotes revestidos de funcionarios públicos.
Se han demolido las bases de un Estado que antes, si acaso, sirvió para defender los haberes ciudadanos y políticos de la convivencia civilizada. Lo han convertido en una fosa inmunda, en una caricatura ridícula de su propia sombra. El símbolo de la autoridad es el logotipo de la corrupción generalizada, peor que en todas las épocas, recientes y pasadas.
La milicia mostró músculo, su poderío, y pa’tras los fielders
No que con la detención inconsulta del general Salvador Cienfuegos se haya juzgado o quiera juzgarse a todo el Ejército, no. Ese es un sofisma intragable del simulador. El verdadero significado de meterse hasta la cocina es que el pobre Estado mexicano fue tratado como una basura incómoda. Es que habían demostrado hasta dónde llegan los grados de culiempinamiento a los que han llegado.
El famoso general de cuatro estrellas, una menos que el Presidente, estaba siendo condenado a cadena perpetua acusado de perpetrar delitos mucho menores en cuantía y peligrosidad que los que pudieran haberse atribuido al exonerado y liberado Ovidio, El Chapito, Guzmán, consentido del régimen en turno. El fallido juicio al general fue la condena brutal al estado mexicano de los huehuenches, sin que éstos dijeran ni pío.
Hasta que la milicia mostró músculo, su poderío, y pa’tras los fielders.
Y el simulador defiende que él no es tapadera de nadie
Mientras, acá en el rancho grande, hacen su agosto las pandillas de narcotraficantes autorizadas para actuar como tales, en medio de la depresión económica y la pandemia, la reetiquetación de precios de productos de consumo popular es realmente salvaje, el desempleo, la violencia y el hambre avanzan a pasos agigantados. Pero el simulador defiende que él no es tapadera de nadie. ¡Gulp!
Todos deben ser juzgados y condenados, todos, menos los que pertenezcan a las cortes de favoritos, familia feliz, protegidos y socios neoliberales de esta pantomima de gobierno. Lo que no interesa es siquiera defender a los que antes fueron elevados a las cimas de la prevaricación, pero que ahora no están en las filas del atraco.
Nada importa, estamos bailando el sonsonete de la inmundicia
La simulación, la farsa y la impostura son las que mandan en este país, acompañadas por las ocurrencias, los caprichos y el destrozo institucional… y popular. Aunque después vengan por ellos, los empoderados de turno, eso ni cuenta para los espacios unidimensionales y distorsionados del Estado ñoño.
Porque podrán ser ajusticiados a mansalva y sin consulta previa por autoridades ajenas al circo gacho, cuando acabe esta farsa, que atenta contra las bases mismas de la convivencia civilizada y pacífica. Nada importa, estamos bailando el sonsonete de la inmundicia, lo que jamás pensamos que se instalara en el corazón de México.
Desvalidos de atributos, dedicados a la pretensión desolada de la dominación absoluta sin pueblo, catapultados a la cumbre borrascosa del poder inane. Así los retratan todos los que han diseñado las personitas de los dictadores de nuestras tierras. Sin noción alguna del decoro.
La simulación política es el tipo de la sustitución, la impostura que rompe todas las reglas de lo admisible entre la sociedad y sus dirigentes. El embaucador, el charlatán, el defraudador, es aquél que actúa sobre la masa inerte, indefensa o apática.
México no merece estas canalladas. Ya estamos hartos.
¿No cree usted?
Índice Flamígero: Imperdible el relato que en la publicación emeequis se hace sobre el tema: “Ni el canciller Marcelo Ebrard ni el fiscal general del país Alejandro Gertz Manero fueron los que consiguieron el boleto de regreso a México para el general Salvador Cienfuegos. Los verdaderos responsables de que el exsecretario de la Defensa Nacional vuelva al país como un hombre libre, en un avión privado y custodiado por alguaciles estadounidenses, es una cofradía dentro del Ejército mexicano que se hace llamar “El Sindicato”. A este grupo pertenecen los militares de más alto rango del país, algunos retirados y otros en activo, quienes mueven los hilos de las Fuerzas Armadas. Son, en su mayoría, generales de cuatro estrellas doradas que inmediatamente se movilizaron en bloque cuando se enteraron de que su amigo Salvador Cienfuegos Zepeda estaba detenido en Estados Unidos por una orden de aprehensión con cuatro cargos criminales que lo ligaban al clan de los Beltrán-Leyva. Fuentes del Ejército mexicano relataron que apenas habían pasado unas horas desde la sorpresiva noticia de aquel 15 de octubre, cuando un representante del ‘Sindicato’ tocó la puerta del despacho del secretario de la Defensa Nacional, Luis Crescencio Sandoval…”
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