Teresa Gil
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La poeta de la pasión y el erotismo, la llaman algunos de los investigadores de su vida. Y Sor Juana Inés de la Cruz, uno de los grandes ingenios que ha dado la humanidad, siempre aparece en nuestras vidas con esa exaltación incomparable de los sentidos, pero también con conceptos nuevos para la época, modernos, sobre el reconocimiento a la patria. Lo volcaba en sus poemas, fuera del entorno cortesano en el que vivió buena parte de su vida. En ese siglo XVII, el valor de ser mexicano lo expuso ante una dominación española que aún no se enfrentaba a las luchas de Independencia. Es interesante sacarlo a tema cuando estamos en el mes de la Revolución Mexicana y el asunto principal de los medios son las elecciones en otros países y el dinero que cada quien va a conseguir en el presupuesto. Como se ha dicho, en aparente broma, la Revolución se ha convertido en una gran avenida y en tiempos fuera de pandemia, en días de asueto en las playas. Con la grandeza intelectual que poseía, Sor Juana no se enfrentaba, simplemente les recordaba con elegancia y profundidad a los que usufructuaban al país, que había dueños originarios.
Y con cláusulas tiernas
del mexicano lenguaje
en un tocotín sonoro
dicen con voces suaves
TRAICIÓN A LA PATRIA, CONCEPTO REITERADO EN LOS ÚLTIMOS TIEMPOS
Lo patriótico ha pasado a segundo término y se trata de revaluar. El viejo patriotismo que se exaltaba como forma de protección a los límites de un país frente a las invasiones y colonialismos, viene desde la antigüedad y uno de sus conceptos es la palabra padre. Ampliado en leyes y sistemas, fue lo más valioso por mucho tiempo y lo más penado cuando se traicionaba a la patria o se cometía homicidio en ascendientes por considerar que se agredía al origen. En este caso, los códigos penales lo extendieron a otros parentescos consanguíneos y son más penados que la propia traición a la patria con sentencias de diez a 40 años. La ligereza para considerar la traición a la patria en sistemas políticos y la utilización política del derecho, hizo de lado a esa traición. La reforma del 2020 al Código Penal Federal, fija 15 causales para quien cometa traición a la patria con penas de cinco a 40 años y se queda corta al no extenderse a otros conceptos. Si uno compara las condiciones de miseria en la que viven millones en el país, mientras se construían con dinero público mansiones como la llamada Casa Blanca, piensa que es una traición a la patria reflejada en la norma constitucional que establece derechos iguales para todos, que incluyen antes que nada salud, alimentos, casa y educación. Eso no se ha visto como traición a la patria. El que ahora se mencione de nuevo el tipo penal, hace pensar en una reconsideración y la lista de políticos aumentaría si salen a relucir los crímenes que cometieron, casi la mayoría económicos, pero que al repercutir en la salud y por lo tanto en la vida de los demás, debería considerarse como traición ¿no lo era acaso, dar agua disfrazada de medicamentos a niños enfermos?
LA MONJA NO FUE SORDA AL LATIDO DE SU PUEBLO. SU POESÍA SORTILEGIO INDÍGENA
Los conceptos de arriba, no son de un mexicano, que a niveles populares se retrae ante la grandeza de la monja jerónima. Ni de un intelectual del país. Los escribió una puertorriqueña nacida en Italia, Anita Arroyo, en su libro Razón y pasión de Sor Juana (Editorial Porrúa S.A. 1971). Cuando murió esta autora en 1995, coincidentemente 300 años después de que murió la monja, la obra ya llevaba cinco ediciones. La que tengo es la segunda, de cinco mil ejemplares. Muchas obras se han escrito sobre el extraordinario fenómeno literario que fue la mujer nacida en San Miguel Nepantla, pero este libro, por su profundidad y el desahogo de los principales aspectos de aquella luminosa carrera, ha sido de consulta permanente. Arroyo fue minuciosa, pero a grandes rasgos, aparte de los orígenes que ya conocemos, el genio temprano de una niña que aprendió a leer a los tres años y a los siete ya escribía versos, se va delineando en el carácter portentoso de una joven que tuvo que convivir en un medio cortesano y profesar monja como una alternativa para hacer brillar su talento y ser ella misma. Pero la autora separa con plenitud los quehaceres en la corte española, dueña del poder mexicano en ese momento, a los verdaderos, esenciales, de lo que era su sentir. Destaca en su poesía, ensayos y teatro donde se expresa la monja, que más bien crea para la vida humana y poco para el quehacer divino. Y menciona a autores como José Escofet que sostiene que la vida de Sor Juana en el convento “era de un misticismo artificial”, porque tenía un espíritu filosófico que era libre. Poesía cortesana, pasional, amatoria, poemas a los poderosos, a los festivales, villancicos a solicitud, hermosas canciones y pinturas que salían de su creación configuran la obra común de Sor Juana. La autora del libro enfatiza lo profundo, lo psicológico y filosófico de su trabajo que se evidencian principalmente en su gran obra poética Primero sueño. Se daba tiempo además, para interceder por los mexicanos, ante los poderosos virreyes que se iban alternando. Hay un avanzado concepto de patriotismo en Sor Juana, diferente al que tenían los poetas de la época, ya que ella consideraba a México, “cabeza del reino americano”. Señala la puertorriqueña: “Es digno de observación como ya apunta en la escritora mexicana, un sentimiento de nacionalidad, al hablarnos en este poema”, donde menciona al virrey Laguna que va llegando:
Patria de los faroles celestiales,
en quien México está representada
ciudad sobre las ondas fabricada,
que en césped titubeante
ciega fertilidad fundó ignorante
si ya no providencia misteriosa,
émula de Venecia la hizo hermosa
porque pudiese en su primera cuna
consagrarse al señor de la Laguna.
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