Fernando Irala
Aunque esta vez ni se notó, durante un cuarto de siglo sucesivos gobiernos en México han torturado a la población con la alternada alteración del horario.
En latitudes donde a lo largo del año el clima varía en forma extrema, aprovechar la temporada de días soleados puede resultar no sólo útil, sino vital.
En las zonas tropicales, donde se ubica la mayor parte del territorio nacional, la medida es ociosa y contraproducente.
Innumerables estudios a lo largo de estos años muestran que el llamado “horario de verano” no genera ningún ahorro de energía para los hogares, y en cambio causa perjuicios a la salud y al bienestar de quienes se ven sometidos a las distorsiones horarias.
La pregunta obligada es: ¿por qué lo seguimos haciendo?
La respuesta ha sido evidente desde el siglo pasado. Porque con la progresiva sujeción de la economía mexicana a la estadounidense, luego de la firma del tratado de libre comercio se hizo una obligación –tal vez no escrita, o tal vez sí— adaptarnos a sus movimientos al reloj.
Recientemente se ha renovado el tratado, pero el calendario incluso ya se desfasó, pues ahora el horario de verano en Estados Unidos empieza antes y termina después del mexicano.
Esa incongruencia ha desnudado la dependencia mencionada, pues ahora por ejemplo los municipios de la frontera norte no siguen el calendario de nuestro país, sino las del vecino. Y nuestras bolsas de valores también.
La pregunta que sigue sin responderse es por qué sometemos a toda la población y sus actividades a tales vaivenes absurdos y dañinos.
Por lo pronto, decíamos, este año ni se notó. La pandemia nos obligó al enclaustramiento, a la reducción o eliminación de toda actividad que no resultase vital, al cierre de escuelas, oficinas gubernamentales y de negocios que resultasen en un riesgo sanitario.
Se alteró la vida de tal forma, que el transcurso de las horas para muchos se volvió sólo una referencia y no un marcapasos.
La prioridad ahora, para cada quien y para todos, es mantener la salud y conservar la vida. Todo lo demás se ha vuelto secundario.
Sin embargo, mientras sigamos en la anormalidad instaurada o para cuando regresemos a la vida que conocimos, la pregunta sigue en el aire: ¿cómo para qué necesitamos complicarnos la existencia con el cambio de horario?
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