Pablo Cabañas Díaz.
Joaquín Hernández Galicia, La Quina, había jugado varias veces con el chantaje de su retiro, siempre le había dado resultado. Cuando Luis Echeverría subió a la presidencia. La Quina lo invitó a su plaza fuerte, Ciudad Madero. “Señor presidente, yo ya estoy cansado y he pensado en retirarme de la vida sindical”. Echeverría ante semejante pérdida: “No, Joaquín. Quédese usted. Siga”. La Quina, sacrificado ante el mandato supremo: “Está bien, señor presidente, como usted ordene”. Seis años más tarde invitó a José López Portillo: “Me retiró, señor presidente, ya estoy cansado”. López Portillo, ante la pérdida irreparable: “Usted es necesario, Joaquín, tiene que seguir”. La obediencia de La Quina: “Como usted ordene señor presidente”.
Seis años después invitó a Miguel de la Madrid: “Ya estoy cansado, señor presidente. He pensado en retirarme”. Silencio presidencial. De la Madrid quería una limpia en Pemex. La Quina y Salvador Barragán quien era en ese momento el líder formal del sindicato petrolero, tramaron el sacrificio expiatorio. En un restaurante de la ciudad de México se reunieron con El Trampas, Héctor García Hernández, su lugarteniente en Coatzacoalcos y en la zona sur, de quien Barragán era jefe, protector y compadre.
Analizaron con él la gravedad de la situación y le anunciaron que lo ofrecerían como víctima, para aparentar la renovación moral del sindicato: te destituimos, te acusamos, desapareces, le echamos tierra al asunto y en dos años vuelves. Lo destituyeron, huyó a McAllen, lo acusaron, le cargaron los platos rotos y la vajilla entera. Eso no estaba en el trato. El Trampas reaccionó en McAllen y le escribió una carta al presidente. Dijo lo que sabía –y sabía mucho– de sus jefes. Le tocó a La Quina el turno de reaccionar. Mandó a secuestrar a El Trampas.
Lo trajeron de Mc Callen vendado y en la cajuela de un automóvil. Lo entregaron a la policía de Reynosa. La policía lo llevó a Ciudad Madero, ante La Quina: “Te dije que te sacaría de donde te metieras”. Lo hicieron firmar acusaciones. A un calabozo en Tampico. Incomunicado. Al Reclusorio Sur. Encarcelado.
El Trampas le informó al presidente Miguel de la Madrid: de la corrupción sindical que operaba en el gremio petrolero. del monto total de las obras que y servicios que ejecutaba, Pemex entregaba al sindicato el 2% para obras de beneficio social. El Trampas, cuando recibía la orden expresa, cobraba ese dinero, lo depositaba en una cuenta bancaria personal y luego giraba sobre esa cuenta a nombre de La Quina. Él era sólo uno de los operadores de La Quina que manejaba el dinero personalmente. En diez años –y de los pesos de entonces– la suma fue de 20 mil millones. Lo mismo ocurría con los fondos que eran de las tiendas sindicales de consumo, de las granjas, de los ranchos, de las cajas de ahorro sindicales. Lo mismo o con el 35% que el sindicato cobraba a sus contratistas, porque tiene el poder de subcontratar las obras que Pemex le encarga. Sólo el secretario general –Barragán– y La Quina –tras bastidores– deciden en qué se gasta, en qué se invierte y cómo se maneja ese dinero, sin recibos, sin documentos, sin constancias. En consecuencia, todos los miembros del Comité Ejecutivo General –los cobradores, El Trampas entre ellos– no pueden justificar el dinero recibido ni su destino. Sólo La Quina sabe, pero recibe en efectivo el dinero depositado en otras cuentas personales. Los responsables son otros. Nadie puede oponerse a las órdenes del jefe, aun a costa de sus intereses personales. Que se haga una auditoría en el sindicato, le pide El Trampas a Miguel de la Madrid, y se sabrá lo que es el manejo de ese dinero. La auditoría, por supuesto, nunca se hizo. Ahí estaban enredados los gastos, las inversiones, las obras sociales reales o supuestas, las viviendas de los líderes y de los afiliados –construidas o no–, a lo que habría que sumar los préstamos –780 millones– del Banco Nacional de Obras Públicas. El Trampas envió su carta el 22 de agosto de 1983.
Ese mismo día el presidente De la Madrid acudió a la celebración del aniversario sindical petrolero con Mario Ramón Beteta, director entonces de Pemex, con La Quina y con Barragán, en el que Beteta anunció “el surgimiento del nuevo Pemex, con el apoyo de la agrupación sindical”. Beteta notificó que se proponía “aplicar la renovación moral que erradique las maniobras inconfesables, las ineficiencias, las desviaciones y los hábitos malsanos” en la empresa. El director de Pemex acababa de aumentar en miles de millones, por obra y gracia del nuevo contrato colectivo de trabajo, las canonjías del sindicato, “exponente excepcional de la energía y entrega que caracterizan a nuestra clase trabajadora”. La Quina, en su discurso expresó: “La gran historia de México, escrita por los sacrificios de los hombres, ha sido manchada también por los hombres que la han traicionado por su egolatría, por su ambición dictatorial, por sus propósitos de enriquecerse, no importando los medios
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