*En todas las naciones y/o Repúblicas hay servicios al Estado de los que no se habla. Son confiados a quienes garantizan una función esencial: silencio antes, durante y después de haber realizado su tarea
Gregorio Ortega Molina
Enorme es la distancia entre José de Jesús Gutiérrez Rebollo y Salvador Cienfuegos Zepeda. El primero fue entenado en propiedad de Amado Carrillo Fuentes, el segundo ha vivido de su peculio en tanto no se demuestre lo contrario.
Como hipótesis supongo que a Cienfuegos Zepeda debe sucederle idéntico desenlace que a Oliver North. ¿Por qué? Porque en el ejercicio de ese poder que es más oscuro que transparente y tiene secuelas que sólo se descubren cuando el tiempo histórico llega a la línea de horizonte, ambos cumplieron con una función que nadie en su sano juicio habría querido desempeñar, en la que la alternativa era la renuncia al cargo y el destierro político.
¿Quién se encargó de instruir a Oliver North para que realizara el operativo Irán-Contras? ¿Fue Caspar Weinberger, entonces secretario de Defensa, o quizá Georges Schultz, secretario de Estado, o alguno de los seis asesores de Seguridad Nacional que Ronald Reagan tuvo durante su gobierno de ocho años? También resulta lógico imaginar que fue el mismo presidente de Estados Unidos quien lo convocó al Salón Oval para conversar con él y convencerlo del acto patriótico que debía realizar para correr de Nicaragua a los comunistas. Imposible saberlo y más difícil conocer los términos exactos del desarrollo de esa charla.
Lo ocurrido en Estados Unidos me permite pensar que esos mismos procedimientos pueden usarse en México, lo que facilita suponer que Genaro García Luna y Salvador Cienfuegos Zepeda son los extremos de una madeja cuyo inicio fueron las puntas de Javier Valdez ejecutado en la calle, y Ovidio Guzmán, cubierto por el manto presidencial.
En todas las naciones y/o Repúblicas hay servicios al Estado de los que no se habla. Son confiados a quienes garantizan una función esencial: silencio antes, durante y después de haber realizado su tarea.
Genaro García Luna la pifió él mismo cuando solicitó a Lizeth Parra que rearmara en video la detención de Florence Cassez -lo que casi cuesta las relaciones diplomáticas entre México y Francia- cuyo precio más alto paga Israel Vallarta, porque el exsecretario de Seguridad Pública federal siempre supo lo que para él estaba en juego. El otro error fue subordinarse a los deseos de Marta Sahagún, allí se anudó una complicidad.
Cumplió bien sus funciones hasta que, cabe suponerlo, cometió una indiscreción. De nada la valieron los premios a él entregados por agencias de seguridad de Estados Unidos, ni la promesa de que Miami sería un santuario para él y su fortuna. Se convirtió en un fusible que es necesario fundir.
Si mi hipótesis de trabajo tiene algo de verdad, Felipe Calderón Hinojosa sabe que no puede decir esta boca es mía, porque lo que se convino entre presidentes y agencias antidrogas debe permanecer en lo secreto, porque si la filtración del Rápido y Furioso organizado por los gringos fue escándalo, ya podemos imaginar lo que ocurrirá de saberse que para el narcotráfico en todas sus modalidades y a cualquier lugar, hay convenios que facilitan reciclaje y administración de la enorme masa monetaria que produce, tangible, no especulativa como los valores en la Bolsa.
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(Editorial de El País 25 sep.) Lo último que necesita un país polarizado como pocas veces en su historia, azotado por la pandemia y con una grave tensión social en las calles, es que quien ocupa su más alta magistratura vuelva a dar una prueba de no entender la dignidad de su cargo y enfangue el acto cívico que define a una democracia: la elección limpia de sus líderes.
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