Por Mouris Salloum George
Desde la fundación de esta Nación hace dos siglos, algunos conceptos quedaron al parecer para siempre, entre ellos el presidencialismo, la estructura de los poderes, la supremacía de la Federación, la igualdad de oportunidades y otros más, inalterables de suyo.
Hubo uno, descollante; el hecho incontrovertible de que a contrapelo con los países civilizados, se asumiera que en este, el Estado crea a la Nación y no al revés, como en todos lados. Sin embargo, ese principio lo hemos digerido a lo largo de toda la historia mexicana; el Estado en México es el que crea a la Nación, aunque la Constitución haya dicho siempre otra cosa.
Los otros principios fundamentales del sistema político han sido desarrollados al golpe de las circunstancias y al paso del tiempo, acomodándose al giro de las circunstancias nacionales e internacionales y a la necesidad de fomentar el desarrollo equitativo de los sectores, clases y regiones en el territorio.
Fundamental, el principio que ha distinguido durante décadas el manejo de la economía nacional: la economía mixta, ese principio que regula los límites entre la inversión pública y la privada, los segmentos económicos que son estratégicos y aquellos que por su menor relevancia pueden ser manejados por la iniciativa individual.
Durante muchos años así fue. Grandes logros, hasta uno que llegó a ser llamado como el “desarrollo estabilizador”, el milagro mexicano, los crecimientos del producto interno bruto del 7 u 8 por ciento, más la estabilidad social, laboral y la paz pública, giraron alrededor de este principio.
Como los mexicanos casi nunca sabemos lo que tenemos en casa, siempre hace falta que alguien nos lo recuerde desde el exterior. Muchos se quedaron pasmados cuando los dirigentes parlamentarios de tres regímenes escandinavos los más adelantados del mundo de la monarquía virtieron halagos hace poco tiempo sobre la economía mixta, un concepto de cuño mexicano.
Suecia, Noruega y Dinamarca, las monarquías parlamentarias más exitosas del mundo, las que han logrado el reconocimiento internacional por sus programas económicos mixtos y por haber logrado los primeros lugares en el ranking mundial de las economías, juran que lo han logrado inspirándose en el pensamiento mexicano.
Líderes parlamentarios de las tres naciones aseguran que los mexicanos tenemos el modelo más perfeccionado de desarrollo, basado en la economía mixta, contenido a nivel constitucional, donde se apoyan el sector público y el privado para sacar adelante a la Nación. Además, no puede ser de otra forma, argumentan.
Añaden que, en buena parte del norte desarrollado de Europa los protocolos de investigación en sus universidades se basan en los principios de la economía mixta mexicana, en las carreras profesionales de la especialidad, lo que es un elogio desmedido viniendo de ellos.
Los sistemas de reivindicación social de las mayores economías de la península escandinava han sido construidos sobre los orígenes y aplicaciones de los programas mexicanos contra la intolerancia, la discriminación y la desigualdad; nos elogian por lo que se logró hacer aquí hasta la década de los setentas.
Han llegado a expresar que la economía mixta mexicana es la clave del socialismo del siglo XXI. Así como suena. Parece de ciencia ficción que las dinastías seculares sólo interrumpidas por la dictadura nazi apliquen a pie juntillas lo que nosotros por distracción, corrupción o ignorancia abandonamos hace muchos años.
Ellos todavía siguen estudiando en sus universidades por qué lo hemos hecho. No se explican cuáles fueron las razones para echar al caño al socialismo del siglo XXI.
¿Será cierto que como México no hay dos?
*Director General del Club de Periodistas de México, A.C.
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