Pablo Cabañas Díaz.
Ricardo Garibay (1923-1999), fue un escritor homófobo y sexista, altanero y adherido “al sistema” priísta. Su obra que más lo pinta como persona, fue editada por Excélsior, es imposible de encontrar desde hace varios años, no porque se venda mucho sino porque se editó muy poco, su título: “Cómo se pasa la vida “(1975). Sus críticas al presidente Gustavo Díaz Ordaz, por el conflicto universitario habían distinguido a Garibay en el periódico Excélsior. Pero lo habían llevado al borde de poner en peligro su vida. Para salvar esa situación, Norberto Aguirre Palancares funcionario agrarista y maestro de Garibay, lo llevó a Los Pinos a ver al presidente. Garibay sudaba en la sala de espera, imaginaba que recibiría una golpiza o por lo menos severas amenazas cuando escuchó su nombre y entró al despacho. Percibió el lugar ominoso y descomunal y al mismo presidente como un gigante. En plena desazón vio al presidente acercarse y tenderle la mano: “Me gustan los hombres con huevos. Siéntese don Ricardo”, le dijo Díaz Ordaz, y conversaron unos minutos. “Díaz Ordaz le pidió pasar con su secretario particular y éste le dio un sobre. Garibay lo abrió en el estacionamiento: eran diez mil pesos”. Antes de esa ayuda Garibay vivía sin recursos económicos, tenía dos hijos y solo el pago de sus colaboraciones en el periódico.
Días después Garibay le reclamó a Aguirre Palancares por llevarlo a esa visita. El entonces director del Departamento Agrario esgrimió un argumento tétrico e irrefutable: en la Procuraduría habían decidido ir tras el periodista; llevarlo con el presidente frenó esa decisión. Garibay y Díaz Ordaz no se hicieron amigos, el periodista siguió criticando al presidente e incluso lo describió como de “una fealdad sustantiva”; no obstante, siguió visitándolo y, confiesa, “aprendí a estimarlo”. Sus colegas lo cuestionan por recibir esa ayuda, y al explicarse responde: “pude entregarme enteramente a leer y escribir”. “No me vendo ni hay precio que me compre. Lo único que festejo en mí, es mi lealtad a mi oficio”.
Garibay, en este siglo XXI, es un escritor ignorado, pero lo trágico es que se comenta más sobre él desde su muerte, que cuando vivía. Nunca, nadie, en la historia de la literatura mexicana, escribió tanto y tan bien como él, y a pesar de ello nunca una obra fue tan ninguneada por la cultura dominante, los suplementos culturales, las revistas literarias y los estudios académicos como la suya.
Garibay, hijo predilecto de Tulancingo, Hidalgo, ciudad a la que regresó muchos años después nada más porque le iban a poner su nombre a un callejón lodoso, a espaldas de un cine. Desde luego, rechazó el gesto y le indicó al gobernador que, por lo menos, se merecía una calle de cien metros “con un camelloncito”.
Falleció el 3 de mayo de 1999, a los setenta y seis años, vencido por el cáncer, pero haciendo hasta el último momento lo que siempre quiso: leer y escribir. El público senil lo recuerda como el señor enojón que aparecía con bata en la televisión en la madrugada, molesto porque en el estudio de junto estaban martillando mientras él hablaba y guardaba silencio ante las cámaras por interminables segundos hasta que cesara el ruido. }
Otros pocos se refieren a él como el creador de un personaje arquetípico de la sociedad urbana en el México del siglo pasado: “El Milusos”. Muchos menos, como el cronista imprescindible de las páginas editoriales del Excélsior de Julio Scherer.
Escribió sesenta libros y lamentablemente,. no se cansaba de denostar contra Juan Rulfo. En mayo de 1984 dijo: “Una de las personas que más lástima me dan es Juanito Rulfo, el glorioso autor de dos libros de cien páginas; nadie ha vivido nunca tan bien como Rulfo a cambio de tan pocas páginas escritas, dos libros, folclóricos, buenos, que lo han hecho vivir hasta los setenta años, desde hace cuarenta.” Las obras se acumulaban una tras otra, pero muy pocos críticos las tomaban en cuenta. Y como la paga era poca y el hambre mucha, Garibay tuvo que dividirse entre el periodismo, el guionismo y la televisión, y alguno que otro trabajo eventual para dar de comer a los suyos.
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