Luis Alberto García / Moscú, Rusia
* “Don León el ruso” fue atacado en su gabinete.
* “El Güero”, único reportero testigo de los hechos.
* En aquella época el país todavía se horrorizaba.
* Llegó en patrulla al escenario del homicidio en Coyoacán.
* Entró al hospital de la Cruz Verde y se disfrazó de camillero.
* Retirado en 1970, el cronista obtuvo esa exclusiva mundial.
Ese martes 20 de agosto de 1940, solamente un reportero de policía como Eduardo Téllez Vargas, con redes que alcanzaban cada comisaría de policía, barandilla de juzgado o esquina de la Ciudad de México, pudo llegar en un auto patrulla para entrar junto con los agentes a una casa en cuya acera había un grupo de gente, a penas a tiempo para presenciar la espantosa escena en el gabinete o estudio de trabajo en donde un personaje yacía agonizante.
Estaba en el piso, sostenido por uno de sus asistentes, apenas abriendo la boca tratando de decir algo, chorreando sangre de arriba a abajo: era Lev Davídovich Trotski -escritor ruso, enemigo mortal de Iósif Stalin-, quien residía en la calle de Viena 19, en un barrio conocido como Coyoacán, entonces distante de otras partes de la urbe.
“El Güero” Téllez Vargas –como apodaban sus colegas de los medios informativos capitalinos al periodista que inició su trayectoria en 1928, retirándose en 1970-, fue el único reportero en el mundo, presente y capaz de enterarse de que uno de los grandes actores de la Revolución bolchevique de 1917, artífice y creador del Ejército Rojo, estaba malherido y que sería trasladado al hospital de la Cruz Verde, en las calles de Victoria y Revillagigedo, cerca de la Alameda Central.
Librando el tráfico citadino del centro como mejor pudo, con la sirena abierta, el conductor el vehículo se detuvo para entregar a Trotski directamente en una rampa inmediata al quirófano para que, en pocos minutos, empezara una operación en la cabeza que se prolongó casi tres horas.
Unos metros dentro del hospital, disfrazado de camillero, alguien observaba pera poder llevar la noticia a su redacción, tal cual era su deber como reportero profesional de los diarios en que laboró, entre ellos El Día, Novedades, El Universal y El Gráfico.
Hacia las doce de la noche, con la edición a punto de cerrar, Téllez Vargas aún estaba escribiendo con su libreta abierta y en desorden, datos solamente comprensibles para él, algunos puntuales, otros seguramente producto de su imaginación.
En las calles aledañas a la casa-fortaleza de “don León el ruso”, como le llamaban a Trotski sus vecinos, el habitualmente quieto y silencioso Coyoacán estaba agitado, y en el interior del estudio de esa construcción porfiriana había periódicos y revistas extranjeras dispersas por el suelo.
Trotski acostumbraba revisar cada día esas publicaciones, que en esos momentos permanecían junto a las gafas rotas manchadas de sangre, en una escena que el periodismo del “El Güero” hacía imaginable si se nutría de una buena narrativa, acompañada de personajes como el asesino hincado y golpeado, la víctima y quienes lo auxiliaban.
Subyugado por la crónica policiaca desde su juventud, por las teclas del periodista mexicano, el planeta se enteró del ataque y muerte de Trotski en el hospital el 21 de agosto, víctima de Ramón Mercader del Río, el catalán del piolet de fabricación austriaca incrustado en el cráneo, en su papel de Jack Mornard – Frank Jacson, agente de la implacable policía política estalinista.
Los políticos y la comunidad internacional seguirían durante las semanas posteriores las crónicas escritas por “El Güero” sobre el caso, quien arrancaba secretos de los partes policiacos recién elaborados y que él redondeaba y rellenaba a su gusto, dejando volar su imaginación.
Ocasionalmente se atenía a los hechos, como fue la historia de cómo pasaría Mercader veinte años en el penal de Lecumberri o de la forma de cómo enamoró a Silvia Ageloff, la asistente de Lev D. Trotski que lo presentó al dirigente y a su familia.
De ella y otros amigos trotskistas obtuvo precipitadamente las indicaciones para entrar a la casona, y de pronto, sin apenas creerlo, verse en silencio mirando lo que quedaba del líder soviético recién agredido, que había firmado su sentencia de muerte tras romper con Iósif Stalin tras la muerte de Lenin en enero de 1924.
Es probable que, con un dato aquí y otro allá, en los textos de Téllez Vargas haya nacido la versión de un romance entre Trotski y Frida Kahlo; pero hechos y cartas conocidos con posterioridad demostraron que ese amorío existió, recreado chabacanamente en dos películas, en las cuales las actrices Ofelia Medina y Salma Hayek hacen el papel de la artista atormentada.
Quizá no haya existido en el México del siglo XX un periodista en el que las fronteras entre la verdad y la leyenda se hayan diluido, como lo hicieron en la vida personal y profesional de este reportero de policía, cuya fama ha sobrevivido por décadas.
Quienes lo conocieron y trataron cuentan que esas cualidades fueron producto de su ingenio, de su simpatía irresistible, de su curiosidad insaciable porque “El Güero” Téllez fue resultado de un país que se agitaba con historias de folletín, como explicó su contemporáneo Renato Leduc, otro periodista nacido en el cambio de siglo.
“México sufría lo mismo las tragedias de la farándula y se indignaba ante villanos que parecían inspirados en los personajes de la vida real, como le ocurrió a Ramón Mercader, el magnicida que se ganó el odio de muchos mexicanos”, narró Leduc en alguna de sus crónicas.
Al homicida le ocurrió lo que a algunos actores que protagonizaban en el cine a villanos tan convincentes sobre su maldad como Juan López Moctezuma en el papel de Fernando Mijares, el capataz infame de La rebelión de los colgados, película basada en la novela de B. Traven, quien narra los horrores en las monterías de la selva chiapaneca hace más de un siglo.
Episodios como el acontecido a Lev Trotski podían adueñarse de los sentimientos de la gente en una Ciudad de México que aún conservaba aires provincianos, que contenía la respiración mientras sus habitantes devoraban sin pausa esa historia de policías y asesinos enviados de lejos para aniquilar a un enemigo.
Antes de describir la muerte del dirigente ruso, narró las fechorías de la “Banda del automóvil gris”, que podía ocupar, cada día, una página completa de su periódico bajo la firma de Téllez Vargas, nacido en 1907 en Cuernavaca, Morelos.
En un libro magistral dedicado a su colega (“El Güero” Tellez Vargas, reportero de policía, aparecido en 1982), José Ramón Garmabella hizo una referencia que lo muestra como era: “Como Ramón Mercader del Río, pareció vivir siempre al centro de una novela, que al fin de cuentas era la realidad en una mezcla estrafalaria de Truman Capote, Eliott Ness y Hércules Poirot”.
Dígalo si no tal biografía: “En la juventud temprana nuestro personaje fue campeón de baile; maestro de tango y danzón; apasionado por el béisbol y los toros; y estudiante del Colegio Williams de Mixcoac, en donde también se educaría el poeta y Premio Nóbel Octavio Paz”.
Sin embargo, quiso ser periodista, según narró a Garmabella, quien le preguntó: “Y los peores crímenes, ´Güero´, ¿cómo eran”, preguntaba José Ramón… “Feos, muy feos, ejecutados con armas largas y bien afiladas, como el piolet que usó Ramón Mercader para matar a León Trotski en 1940”.
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