*Olvidó, por el embeleso de un cargo administrativo que ostenta, pero no ejerce, que la vida es mucho más que el anhelo de trascender y ser recordada, porque el inicio de su actividad profesional fue otro, absolutamente distinto al final que se le anuncia como consecuencia de su ciega lealtad a un proyecto político
Gregorio Ortega Molina
La narrativa política es similar a la literaria, es una aproximación al intenso deseo de vivir una vida distinta. Por eso resulta imprescindible saber que todo final inicia con el principio.
Olga Sánchez Cordero como proyecto político es producto de la imaginación de su jefe y presidente de México. Él le asignó un papel, y ella, sin detenerse a meditar en las consecuencias para el cierre profesional de su vida, se mostró más que dispuesta a representarlo.
¿Cuál es la aportación de la secretaria de Gobernación a la 4T, al proyecto de purificar a México, a esa necesarísima renovación nacional? ¿Pasó por su cabeza la idea de que renovar puede implicar reformar? ¿Pensó alguna vez en la necesaria transición y en la necesidad de transformar el modelo político? ¿Lo ha planteado alguna vez? ¿Cuál es su idea de Estado y de mandato constitucional?
La CONAGO se fracturó, además de por la inquina de AMLO en contra de esos gobernadores que pusieron distancia, por la ausencia de una verdadera secretaria de Gobernación, incapaz de conciliar, pero sobre todo de imponer autoridad a favor del Poder Ejecutivo. La señora Sánchez Cordero se ha mostrado para demostrar, en la voz y en los hechos, que ejerce su parcelita de poder, que cumple con su palabra y tiene la fuerza moral que la da la institución que representa, y no solamente el aura a ella delegada por el presidente. La trae a mecate corto, como a todos sus colaboradores, que -ahora lo sabemos- le deben una lealtad ciega y seguramente una obediencia muda.
¿En qué momento decidió Olga Sánchez Cordero cambiar la toga por el anuente silencio ante el vaciamiento de la secretaría de Gobernación? Dejó atrás esa compulsión jurisdiccional y constitucional por sentar tesis, modificar conceptos legales ante la necesaria impartición de justicia, para ceder la luz de su inteligencia y autoridad moral a un proyecto que es similar al del México de un solo hombre, idéntico a la presidencia imperial.
Olga Sánchez Cordero cruzó ya el umbral de la edad en que Marguerite Yourcenar sitúa a Adriano al momento de su reflexiva misiva a Marcos, para hacerle saber del abandono paulatino de la fuerza física, y la manera en que los humanos conocemos mucho mejor el cuerpo y sus necesidades, que el alma (la razón) y sus requerimientos. Olvidó, por el embeleso de un cargo político que ostenta, pero no ejerce, que la vida es mucho más que el anhelo de trascender y ser recordada, porque el inicio de su actividad profesional fue otro, absolutamente distinto al final que se le anuncia como consecuencia de se ciega lealtad a un proyecto político que únicamente anidó en la cabeza de su creador, como Minerva en la de Zeus.
Olvidó pronto lo que dijo durante su comparecencia en el Senado respecto de la libertad de expresión, que es de ida y vuelta, lo que equivale a decir que el que se ríe se lleva. Dejó de lado esa vieja certeza de que la autoridad ha de ganarse el respeto de los demás, ha de respetar para ser respetada. Y acaba de mostrar su sumisión con lo dicho apenas el jueves en la Cámara de Diputados.
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