*Naturalmente Porfirio Muñoz Ledo no es Tomás Moro, pero tampoco es un dipsómano. Es un ser humano normal, aunque no acorde a esta nueva normalidad. Tampoco es AMLO, porque no miente en los temas fundamentales
Gregorio Ortega Molina
La manera que tuvo mi padre para enseñarme cómo es la vida política de México fue sencilla, sujeta a una simple instrucción: llegas a los postres, escuchas y no abras la boca, a menos de que la pregunta sea directa.
Así llegué a los postres, un otoño de 1967, a una mesa del Ambassadeurs, donde encontré, además de a Gregorio Ortega Hernández, a Rafael Corrales Ayala, Emilio Uranga y Porfirio Muñoz Ledo. Todos brillantes, yo un aprendiz interesado en conocer qué es y la manera en que el poder político transforma a los que lo codician y lo obtienen.
Después de algunos años Porfirio Muñoz Ledo me invitó a colaborar con él a la secretaría del Trabajo. Fue en diciembre de 1972. Allí aprendí lo que a él le permitió y le permite ser incombustible: honradez absoluta con los dineros públicos y privados, y honestidad intelectual e ideológica para transitar como él lo ha hecho, con sus desvíos y una que otra falta de sentido común.
Tiempo después, a los pocos días de su primera defenestración, acudí a su casa de avenida san Bernabé, en san Jerónimo. Durante esa importante y quizá más sincera conversación que se dio entre el exsecretario de Educación Pública conmigo, me dijo -por tercera o cuarta ocasión- que Emilio Uranga perdió la oportunidad de ser la conciencia nacional, pero que él ocuparía su lugar.
En este mismo diálogo me atreví a decirle -como años después Porfirio confió a Daniel Moreno en una entrevista para Enfoque– que su candidatura se había caído el mismo día que los milites asaltaron La Moneda. Fui yo, y no mi padre, como él afirma en la citada entrevista.
Este desliz permite advertir la peor faceta en su carácter. Acostumbra, siempre, adecuar sus dichos y la realidad a los intereses que a él convienen. Lo que me permite puntualizar: fui su colaborador, nunca su amigo. Como él dice, no doy la talla.
Como no soy su amigo, estoy en posibilidades de afirmar que nunca, jamás metió la mano al cajón de los dineros públicos, como tampoco su amigo Javier Wimer Zambrano, del cual fui secretario particular 10 años. Me pregunto si eso cuenta en un gobierno cuyo mantra y llave de entrada a la voluntad del México bueno y sabio, es la lucha contra la corrupción.
Naturalmente Porfirio Muñoz Ledo no es Tomás Moro, pero tampoco es un dipsómano. Es un ser humano normal, aunque no acorde a esta nueva normalidad. Tampoco es AMLO, porque no miente en los temas fundamentales, logra una coherencia administrativa y política sorprendente, y conoce a los hombres. Su opinión sobre Marcelo Ebrard es puntual y aguda. Tengo en la memoria lo que me decía del entonces jefe de Gobierno, cuando me lo presentó Óscar Arguelles en las instalaciones de TV Azteca. ¿Qué pensaría el líder de la 4T de lo que opinaba de él su hoy Canciller?
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¿Se les encogió el corazón? Resuelta la desaparición de 109 fideicomisos y confirmada la continuidad del que atiende a la salud y contribuye económicamente a dar respuesta a las enfermedades graves, sólo se confirma la mala leche de la 4T y su régimen de mentiras. Ese dinero volará para no regresar; el “billullo” para combatir ciertas enfermedades no se tocará. Los rostros de los enfermos y de los posibles muertos les encogió el corazón.
Recuento del Tratado Internacional de Aguas (Adolfo López Mateos, 1964)
En mis conversaciones de Palm Springs con el señor presidente Johnson, los días 21 y 22 de febrero, se examinó con amplitud el problema de la salinidad de las aguas del Río Colorado que México recibe de acuerdo con el Tratado de Aguas de 1944. En esas conversaciones hice notar que el Gobierno y la opinión pública de México, consideran que este problema es el más serio que existe entre los dos países, e hice hincapié en la necesidad de encontrarle una solución permanente en el más breve término posible.
Los dos presidentes confirmamos en esa ocasión que el entendimiento mutuo y amistoso a que llegamos con el señor presidente Kennedy en 1962, sobre este asunto, mantiene su vigencia y convinimos en que se adoptarían medidas provisionales apropiadas en tanto se logra una solución definitiva del problema. El presidente Johnson y yo hemos sostenido correspondencia personal a este respecto, y abrigo entera confianza en que el alto mandatario del país vecino está animado por un firme propósito de resolver esta grave cuestión.
En los presentes momentos, el Comisionado mexicano de Límites y Aguas estudia con su colega norteamericano, varias alternativas de solución permanente y la dotación de agua de buena calidad en el invierno de 1965-1965 ya está asegurada.
www.gregorioortega.blog @OrtegaGregorio
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