Pablo Cabañas Díaz
Miguel De la Madrid llegó a la presidencia de México bajo un clima de rumores y malos augurios. Entre septiembre y diciembre de 1982, empresarios e inversores extranjeros estaban desalentados y confundidos ante el futuro económico de México. En la crónica de su primer año de gobierno titulada: “Las razones y las obras. Gobierno de Miguel de la Madrid, Crónica del sexenio 1982-1988” inicia con estas palabras: “¡Qué trágico ver el desplome de López Portillo en sus últimos tres meses de gobierno!, ¡cómo destruyó la imagen de la Presidencia de la República, ¡qué severo el daño que con ello se causó!”
Para De la Madrid, desde el momento mismo de la nacionalización de la banca, de la cual se enteró pocas horas antes de su anuncio, pese al compromiso del presidente José López Portillo de avisarle si optaba por esta medida, la ruptura estaba dada. Para el nuevo presidente la decisión de nacionalizar la banca era producto de la mente de unos “locos”. Según su testimonio, le advirtió, a su antecesor, a través de su hijo José Ramón, que una vez en Los Pinos convertiría a la banca en sociedades de capital mixto, y no se sometería a sus presiones. Desde ese momento, el nuevo titular del poder ejecutivo expresaba claramente su deslinde y ruptura con López Portillo: “No me dejo cinchar. Entre más me fuercen, más voy a rectificar“.
Para contrarrestar el ambiente catastrofista que privaba, Miguel de la Madrid quiso transmitir la idea de que él sería un presidente fuerte, “con cordura y capacidad”, en las reuniones que promovió con empresarios, extranjeros prominentes o líderes obreros, advirtiéndoles además que atemperaría la medida nacionalizadora.
De la Madrid, en sus primeros de gobierno, decide apaciguar el encono entre las diferentes clases sociales. Según su testimonio: “Mi tarea principal es política y consiste en crear un ambiente de confianza. Mi trabajo ha tenido que ser, desde el primer momento, hablar con distintos grupos, tranquilizarlos, activarlos. Para lograr esto me pareció imperioso demostrar la fortaleza del gobierno. Por eso decidí actuar con firmeza desde el primer día de diciembre”. El tono del mensaje de toma de posesión, en el que reconocí la gravedad de la crisis y propuse medidas concretas para enfrentarla, tendió a hacer sentir a la gente que había gobierno, que había capacidad de liderazgo y de toma de decisiones.
En su mensaje, de toma de posesión pintó con crudas pinceladas la imagen del país y trató de transmitir la idea de que su gobierno se haría cargo de los problemas: “México se encuentra en una grave crisis […] La crisis se manifiesta en expresiones de desconfianza y pesimismo en las capacidades del país para solventar sus requerimientos inmediatos; en el surgimiento de la discordia entre clases y grupos; en la enconada búsqueda de culpables; en recíprocas y crecientes recriminaciones; en sentimientos de abandono, desánimo y exacerbación de egoísmos individuales o sectarios, tendencias que corroen la solidaridad indispensable para la vida en común y el esfuerzo colectivo […] Vivimos una situación de emergencia. No es tiempo de titubeos ni de querellas: es hora de definiciones y responsabilidades. No nos abandonaremos a la inercia. La situación es intolerable. No permitiré que la Patria se nos deshaga entre las manos. Vamos a actuar con decisión y firmeza”. De ese tamaño fue la herencia que dejó López Portillo.
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