Sergio Gómez Montero*
No hay modifico en el destino feroz
ni en la marca de la bestia
que dos ambos del mismo abrevadero sorben
el sabor agraz de la sangre turbia
V. Zondek: “En la huella de la marcha forzada”
En memoria de Juliette Gréco, por mis juveniles
noches de insomnio donde ella y su voz me acompañaban
Las cuestiones de la cotidianidad son lecciones que el gobernante (el sultán de La mil y una noches) no debe nunca de olvidar. Allí, en las calles nocturnas de aquella ciudad musulmana cargada de mezquitas y mendigos, el sultán va a encontrar aquellos secretos que los palacios en los que vive –rodeado de sirvientes y cortesanos– no le dejan percibir, y de la importancia de las experiencias de la vida diaria para poder gobernar con la sabiduría necesaria.
Pero, ¿qué es lo que hoy dice esa vida diaria, que no se comenta en los corrillos de palacio?
Mucho se filtra, desde luego, en las calles y plazas de la ciudad y que se queda allí, revoloteando a veces como aves de mal agüero, para explotar, en el momento más impreciso, de una manera inusitada, tratando así de hacer tropezar al gobierno en turno. Si hoy las zancadillas provienen de quienes en años pasados eran los favoritos del gobierno, eso no cambia el hecho de que los rumores que difunden provengan de la calle para que desde allí se levanten, toquen las puertas de Palacio y traten de crear tormentas de naturaleza diversa. El chiste es meter miedo: que las lloviznas se crea que son tormentas. Se llaman –así la llaman los estrategas de las guerras sucias políticas–, precisamente, políticas del miedo o de espantar con el petate del muerto. Lenin, luego del triunfo de la Revolución de Octubre las sufrió, y decía, para combatirlas, que más valía el principio de autoridad que el temor, pues sólo así entendían quienes aviesamente complotaban contra él.
Así, en el terreno hoy de los vaivenes electorales, por igual hay que desechar los gritos destemplados de quienes desde tiempo atrás (desde que ya no hay “chayote”) claman porque no hay libertad de expresión y se les cae un pedazo de lengua al expresarlo o se cansan de gritar y de insultar desaforadamente a quienes gobiernan, para ver si a través de esos gritos destemplados alguien les hace caso y los retribuye, aunque sea, con un mendrugo de pan o con una monedita de un peso, pues su hacer cotidiano ya no da para más.
La experiencia diaria, pues, es un manantial de enseñanzas de donde provienen tanto las lecciones de cordura de los que menos tienen, como también, asimismo, las enseñanzas aviesas de quienes a toda costa tratan de hacer naufragar al barco que ellos consideraban sólo ellos podían capitanear.
¿Qué harán cuando se llegue a buen puerto? Como las ratas comenzarán a huir, si es que antes no se tornan en servidores hipócritas de quienes criticaban.
Al tiempo, sólo al tiempo.
*Profesor jubilado de la UPN/Ensenada
gomeboka@yahoo.com.mx
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