CIUDAD DE MÉXICO.- Haydeé Suárez Herrera es la madre de Patricia, presuntamente asesinadas el 7 de septiembre de 2019 en Miraflores, un distrito conurbado a la ciudad de Lima, capital de Perú, por un par de policías al interior de una patrulla y que fue calificado por la justicia como un suicidio.
Como en México, en el país sudamericano obtener justicia es caminar por un tortuoso sendero para las madres de las víctimas de feminicidio. La falta de justicia para las víctimas de la violencia feminicida y el feminicidio son las venas abiertas para América.
Durante un año, Haydeé Suárez ha mostrado evidencias las muchas inconsistencias que hay alrededor del asesinato de su hija, “porque fue un asesinato”, dice una y otra vez.
Detrás del teléfono se oye la voz de una mujer que parece cansada y triste, una mujer que carga un cúmulo de dudas, indignación porque los policías solo han sido investigados y sometidos a un proceso de disciplina y porque el “caso” ha sido archivado en algún lugar del Palacio de la Injusticia, como llama a la sede de la Fiscalía, además de las amenazas de muerte que vía mensajes personas desconocidas le dejan en su teléfono, algo que no ha tenido ninguna importancia para la policía investigadora.
Patricia Villafuerte Suárez tenía 24 años, estudiante de Educación en La Cantuta, como se conoce a la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle, se preparaba para ser maestra, al tiempo de ser una activista, feminista que poco antes junto con un grupo de amigas había fundado el Colectivo Zona Diez y había conseguido un empleo en el distrito de Chosica.
El abandono del padre, quien en fechas recientes la dejó con la maleta hecha para pasar un tiempo con él en la ciudad de Andahuaylas, así como la violencia familias sistemática que sufrió junto con su madre por parte de un tío, deterioraron su estado de ánimo. Incluso el 5 de abril de ese mismo año, Patricia, sumida en la tristeza, se lanzó desde un acantilado y cayó 45 metros, fue entonces cuando se le diagnosticó trastorno de límite de personalidad. Sin embargo, su madre, dice que el sistema de salud mental no le brindó tratamiento alguno.
En un hospital se recuperó de graves lesiones en una de sus rodillas, por lo que tuvo que moverse en silla de ruedas primero y después en andadera durante meses, esto sucedía en tanto su abuelo materno caí enfermo por una complicación derivada de la diabetes en un hospital y su madre tuvo que dividir su vida entre el trabajo para mantener a su familia y el cuidado del padre y de su hija.
Haydeé Suárez, no tenía tiempo para flaquezas, ni antes ni después de lo sucedido. En la entrevista con SemMéxico no se queda con nada, sostiene que la salud mental de su hija habría favorecido a los policías que perpetraron el feminicidio y que terminaron no inculpados. Pero las inconsistencias reflejan otra cosa.
El 7 de septiembre y a pesar de las dificultades que tenía para moverse, se dirigió al Parque del Amor, se sentó por largo rato en una banca mirando hacia el barranco. Su actitud pareció sospechosa a los serenos, quienes le piden que salga de ahí, ella accede. Estaba tranquila, dijeron quienes vieron la escena. Esa misma versión fue compartida con Haydeé días más tarde por los propios serenos.
Los serenos llamaron a una patrulla. Aunque Patricia ya no estaba en un lugar peligroso ni “en actitud sospechosa”, los dos policías –Julio César M.S. y Luis Alberto S.H., que llegaron a prestar auxilio, la subieron a la patrulla. Así empezaron a transcurrir los que serían sus últimos minutos con vida.
Los policías aseguran en su declaración que llamaron telefónicamente a la familia de para informarles que llevarían. La madre sostiene que nunca la llamaron.
Los policías subieron a Patricia en la parte trasera de la patrulla, un vehículo sin cámaras. El trayecto, dice Haydeé Suárez no tiene explicación, pues la trasladan desde Miraflores hasta Ate vitarte, lo que implicaba un largo camino de más de una hora. ¡Eso no es normal! Exclama la madre.
El largo trayecto se detuvo en el cruce de las avenidas Angamos y Panamá. Los policías aseguran que para atender un pleito entre taxistas. Baja uno de los dos para controlar el altercado, el segundo policía decide bajar también de la patrulla porque su compañero no puede detener la discusión que iba para más. Apenas unos minutos después de haber dejado la patrulla, se escucha un estruendo, es un disparo, seco seguido de silencio. Ambos regresan a la patrulla, donde –dicen- Patricia Villafuerte Suárez supuestamente se había disparado.
De manera inexplicable para la madre de la estudiante de Educación, los policías deciden llevarla a un hospital ubicado a casi media hora del cruce entre Panamá y Angamos, “increíble”, insiste porque a cinco minutos del lugar había una clínica.
Haydeé Suárez sostiene que tiene serias dudas sobre el dicho de los policías porque ella no se suicidó. Explica que el arma un fusil “AKM”, un armamento que de acuerdo con Wikipedia hay al menos 60 millones en todo el mundo, pesa más de tres kilos y mide casi noventa centímetros.
Un arma grande para que mi hija se disparara sola, estaba deprimida y sin fuerza. Mi hija era derecha, la bala entró a su cabeza de izquierda a derecha, de abajo hacia arriba, de acuerdo al peritaje de balística. Luego agrega que los dos policías podrían quedar libres de toda culpa, pero son responsables –acusa- porque la dejaron sola en la patrulla y, en todo caso, con un arma cargada y rastrillada, “hubo negligencia policiaca en todo momento”.
“O la indujeron al suicidio, la molestaron, la hostigaron o hubo feminicidio”, dice porque sostiene que, a pesar de la enfermedad de Patricia, diagnosticada meses antes, conocía bien a su hija y no se habría suicidado.
Esto no puede quedar así, dice con su voz triste y refiere que recién una congresista le ha apoyado y la investigación tendría que tomar otro rumbo.
Como en otros casos hay cabos sueltos: los serenos no fueron llamados a testificar sobre el estado anímico de Patricia; tampoco hay testigos; ni se cuenta con las declaraciones de los taxistas que peleaban en la esquina de Panamá y Angamos…hay contradicciones en las declaraciones, hay mentiras: una clara, es que nunca le llamaron.
Su laptop y su teléfono desaparecieron. “Ahí se fueron las fotos que nos tomamos juntas en los últimos tiempos”.
Haydeé Suárez, enfermera técnica, ha tenido que dejar su empleo, su misión dice es lograr que no se archive el caso, porque reitera, “no se suicidó”, y apela a la justicia peruana para que los policías al menos sean juzgados por homicidio culposo y, en el mejor de los casos, por feminicidio.
En estos 12 meses ha tocado puertas, abrió un perfil en Facebook, se unió a otras madres peruanas y ha soportado las amenazas de muerte que personas desconocidas le dejan en su teléfono.
Patricia Villafuerte Suárez es una de las venas abiertas de América Latina, parafraseando al escritor Eduardo Galeano, uruguayo, quien tituló así su libro en 1971.
AM.MX/SemMéxico/fm
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