Pablo Cabañas Díaz.
Cuando fue primera dama de la nación, Carmen Romano Nölck, esposa del presidente José López Portillo, (1982-1988), llegó a tener 32 pianos de cola. Los funcionarios de la época recuerdan que a cualquier lugar donde llegaba, la señora tenía que encontrarse con uno de estos instrumentos en su habitación para “practicar” el arte que le había atraído desde la infancia. Es en el libro: “La suerte de la consorte”, donde Sara Sefchovich relata que “en Europa, cuando la llevaron a conocer el piano del mismísimo Mozart se atrevió a probar su sonido nada menos que con Los changuitos“. En París, se hospedó en el lujoso hotel George V, pero la esposa del entonces presidente de México, se encontró con el problema de que su piano de cola de la afamada marca Steinweig no cabía, por lo que de inmediato mandó llamar al gerente del hotel y le pidió su autorización para tirar una pared pagando la indemnización correspondiente por lo destrozos lo que llegó a muchos miles de dólares, pero durante los siguientes días que López Portillo y su comitiva permanecieron en la Ciudad Luz, pudo tener su piano de cola en su suite y lo tocó por las tardes.
El matrimonio de López Portillo, con su esposa estaba destrozado desde que era secretario de Hacienda, pero a finales de 1975 cuando fue “destapado” como candidato presidencial del PRI, ella y su marido decidieron “taparle el ojo al macho” y seguir adelante bajo la apariencia de estar unidos pero en realidad estaban irremediablemente desavenidos, al grado de que hubo entre ellos un extraño acuerdo para hacer de su vida un “papalote”, con total independencia del otro, quien nunca intervendría en lo que pasara en la vida de su aparente cónyuge. Ambos tuvieron múltiples romances extramaritales: La más sonada de las “conquistas” de la señora López Portillo, fue con el “mentalista” Uri Geller, a quien ella le consiguió la ciudadanía mexicana, le compró una residencia en Las Lomas de Chapultepec y lo hizo millonario. En su página web, Geller relata que su primer encuentro con la ex primera dama de México fue en 1976 cuando López Portillo era aún presidente electo.
“Ella no era en absoluto lo que había estado esperando. Había visto la fotografía de su esposo en enormes carteles por toda la ciudad. Esperaba que la esposa de este hombre distinguido e inteligente fuera anciana, de cabello gris y vestida discretamente. En cambio, vi a una mujer muy exótica y hermosa”, señala Geller. La explicación que le dio Carmen Romano fue que mientras lo veía por televisión su reloj dejó de funcionar y una cuchara que sostenía su hijo se dobló. Después de platicar un par de horas en el hotel, lo llevó a su casa donde permanecieron por un largo rato para después ir a cenar a un restaurante. Así empezó una amistad gracias a la cual conoció al presidente saliente, Luis Echeverría Álvarez, a importantes empresarios y a gente del espectáculo. Geller señala que durante los años que duró su amistad con la familia presidencial mexicana inmediatamente comunicaba a sus integrantes sus sueños en los que veía que vidas podían estar en peligro, principalmente la de López Portillo.
A la primera dama se le veía a menudo acompañada en distintos viajes por el psíquico, lo que dio pie a versiones sobre que podría existir más que una amistad. Ante estas afirmaciones, Geller señala en su página web en la que publica sus memorias: “Nos convertimos en verdaderos amigos, y ella a contarme sobre sus problemas y preocupaciones más íntimas, de los cuales, a pesar de su riqueza y posición, tenía su parte justa. Como cualquier otra persona, ella necesitaba alguien en quien confiar, y no es de extrañar que poco a poco empezaron a correr los rumores de que yo era algo más que un amigo de la familia”, reconoció.
Geller acompañaba a la primera dama a todos lados, por lo que se convirtió en una figura frecuente en la prensa mexicana, siempre al lado de la poderosa mujer, a quien llegó a llamar “Muchy”. Entre los dos hubo una conexión que los llevó incluso a tener canciones favoritas “Cuando salíamos a un restaurante, como solíamos hacer, su guardaespaldas le pedía a la banda que tocara uno de esos números románticos de mariachi, o nuestra canción especial privada que decía: “Así es como, aha, aha, nos gusta”.. Al hacerlo, se sentaba y me miraba como si intentara contarle al mundo que estaba enamorada de mí. Una noche, sentí que ella estaba exagerando”.
La manera como lo miraba la primera dama en público llegó a incomodarlo por lo que una vez le pidió que no lo hiciera más, principalmente porque la gente se daba cuenta. Su respuesta fue: “¡No me importa!”. El último amorío de Carmen Romano antes de salir de Los Pinos fue con su jefe de escoltas, el capitán Ernesto Audifred.
Tres meses antes de que acabara el sexenio de José López Portillo el primero de diciembre de 1982, empezó a hacer una subrepticia mudanza de Los Pinos a su casa particular. Sin que nadie le dijera nada, puso una bien montada sala de exhibición de regalos finos y mandó editar un grueso folleto a todo color con las fotos de pinturas y demás objetos de arte que eran propiedad de la nación. Nadie le pidió cuentas a Carmen Romano de López Portillo por el saqueo que hizo de esos regios regalos.
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