*Combatir el hambre no depende de la voluntad gubernamental ni los recursos fiscales. Puede hacerse con honradez y cumplir los objetivos con honestidad, sin necesidad de colgarse medallitas de reconocimiento público
Gregorio Ortega Molina
Morir de hambre no es un asunto nuevo. Es bíblico, histórico. Carecer de alimentos determina la conducta humana, modifica hábitos, transforma civilizaciones, destruye culturas, conduce a una de las abominaciones mayores: el canibalismo. Hannibal Lecter es anécdota y ficción, pero ciertos rituales sobreviven.
Las consecuencias del hambre son muchas e incluso perversas. El canibalismo está a la vista de todos y callamos el hecho cuando nos enteramos de que padres prostituyen a hijas e hijos para tener algo que llevarse a la boca, pero ¿qué es venderlos por dinero, sino comérselos de a poco?
Hace tiempo sabemos que pocas o algunas o suficientes amas de casa salen a buscar la manera de llegar al fin de mes; lo hacen prodigando servicios sexuales, con tal de llevar comida a la mesa de su casa. Los maridos lo saben, los vástagos lo intuyen y lo sabrán. Nos comportamos como alacranes que se sacian con su progenitora.
Lo anterior viene a cuento porque el martes 28 de julio último, Excélsior tuvo como nota principal lo siguiente: “Durante mayo, el segundo mes del #QuédateEnCasa, la población del país en pobreza laboral llegó a 54.9%, de acuerdo con un análisis el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval).
“A través de un cálculo basado en la Encuesta Telefónica de Ocupación y Empleo (ETOE) del Inegi, lo anterior significó que, en el mes de referencia, 69.6 millones de mexicanos no tuvieron el ingreso laboral suficiente para adquirir la canasta básica alimentaria”.
Las consecuencias de la crisis económica y del Covid-19 son muchas y variaditas, pero creo que ninguna tan dolorosa e imprevisible en las acciones que desencadena, como el hambre. Nadie en su sano juicio está dispuesto a ver morir de hambre a los más pequeños de la familia, pero tampoco a venderlos y/o prostituirlos. Se abren así las puertas de una degradación social sin límites. Es el camino a la catástrofe, a la desintegración… a lo peor.
¿Cuáles son los resultados de la campaña nacional contra el hambre? Pueden apreciarse en la estafa maestra, pero los beneficios de los actuales programas sociales también son nulos e incluso negativos.
Algo puede hacerse. Circula ya la memoria de los primeros 25 años de Alimentos para Todos, una Institución de Asistencia Privada que entrega, de manera gratuita y sin condicionamiento electoral, 300 toneladas semanarias de alimentos.
Dice en su presentación, escrita por Ana Bertha Pérez Lizaur, presidenta del Patronato: “Por supuesto, la misión de este banco de alimentos está impulsada por la entereza de más de 60 mil personas en pobreza que cada semana se organizan, participan y contribuyen, y de quienes todos los días aprendemos. El trayecto andado en estas dos décadas y media se ha podido recorrer, igualmente, gracias a quienes han integrado en distintas épocas el patronato de Alimentos para Todos o lo han asesorado”.
Puede constatarse que hay opciones, que éstas no necesariamente dependen de la voluntad gubernamental ni de los recursos fiscales. Puede trabajarse con honradez y cumplir los objetivos con honestidad, sin necesidad de colgarse medallitas de reconocimiento público.
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