* Debemos comprender que el futuro depende y está en nuestra voluntad, nunca, jamás en el voluntarismo del presidente de todos los mexicanos
Gregorio Ortega Molina
Los consumidores de información periodística, ya sea cibernética, impresa, radiodifundida o televisada, buscamos elementos crudos, sin matizar, de los sucesos que determinan nuestro entorno. Nos negamos a aceptar otros datos, queremos los verificables.
Que los ciudadanos y electores tengamos opinión propia y estemos dispuestos a ejercer nuestros derechos constitucionales, aterra al gobierno. Aquí aparece una cesura: construimos nuestro criterio, tenemos la película de nuestro entorno más clara que velada, pero a la hora de ejercer nuestros derechos, cuando se trata de encaminarse a la casilla electoral, la voluntad se quiebra y cede su fuerza a las dádivas gubernamentales. Pareciera que nos auto victimizamos de vale madrismo y nos negamos a consolidar la posibilidad de un futuro diferente, no sujeto a los caprichos y temporalidad de los gobernantes.
Hay que decirlo con todas sus letras. Somos víctimas de un gobierno intolerante y con sueños golpistas. La menor crítica acertada, la más pequeña y modesta opinión en contra, convierte al emisor en adversario, primero, y si reincide adquiere la estatura de un enemigo al cual es necesario destruir a través de la denostación casi cotidiana, montado -el jefe de las Fuerzas Armadas- en la cúspide de su muy personal Sinaí, esgrimiendo su decálogo que, día con día se modifica para caminar con las circunstancias del momento.
Bendito coraje califica el titular del Ejecutivo su respuesta a opinadores, intelectuales y periodistas. Esgrime razones y descalifica, pero en ningún momento presenta pruebas de sus dichos. Recuerdo que Jorge Carpizo se atrevió a hacer pública una lista de narcoperiodistas, lo que terminó en agua de borrajas; son inolvidables los enojos coléricos de Luis Echeverría Álvarez, José López Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas, Vicente Fox, en contra de la prensa y ciertos periodistas.
Es preciso insistir: vivimos una primavera en la relación prensa-gobierno durante el sexenio de Ernesto Zedillo; quizá no porque él así lo quisiera, sino como consecuencia de la irrupción del EZLN, su lista de prensa y la presencia de observadores internacionales. En algún momento -lo supuse con ingenuidad- debió consolidarse la libertad de expresión, que es importante y se asentó (recordemos lo que se escribió en contra de EPN y su familia), hasta que las muertes de periodistas nos obligaron a reflexionar sobre el momento en que vivimos, como debe suceder con los asesinatos de jueces y policías.
Los únicos responsables de lo que ocurra el 1° de julio de 2021 somos los electores, y a ello deberán contribuir los periodistas y opinadores e intelectuales, para que, tal como lo asienta Albert Camus en El mito de Sísifo, estemos conscientes de que “todas las experiencias referentes (al combate por la vida) son indiferentes. Hay unas que sirven, otras que no son útiles al ser humano. Le sirven si está consciente. Si no, carece de importancia: las derrotas de un hombre no juzgan las circunstancias, sino a él mismo”.
Debemos comprender que el futuro depende y está en nuestra voluntad, nunca, jamás en el voluntarismo del presidente de todos los mexicanos.
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