*Tomar decisiones con la perversa propaganda de que casi todos los servidores públicos civiles son corruptos, coloca al gobierno en una posición incómoda y riesgosa. La 4T inocula en México una infección social que facilitará el Golpe
Gregorio Ortega Molina
Si permanecemos con la idea de que la militarización se circunscribe a poner a los integrantes de las fuerzas armadas a patear las calles, recorrer las carreteras, vigilar cerros y cañadas y casas de seguridad, detener delincuentes y combatir de manera frontal al crimen organizado, nos quedamos cortos.
La militarización empieza con el miedo de los gobernantes, su inseguridad y sus temores políticos, imaginarios y reales. Continúa con la cesión paulatina de las instituciones para que sean administradas por miembros del Ejército o Marina, porque a los civiles se les considera unos irredentos corruptibles. Lo demás es cuestión de tiempo.
En este asunto hay terribles preguntas que permanecen sin respuesta, porque las consecuencias del desenlace de la militarización dependen del carácter de quienes la encabezan, sus pretensiones históricas, su conocimiento de las debilidades de los que lo acompañan y, también, sus propios miedos. En este tema del poder se mata y se premia tanto por temor como para esconder las inseguridades de quien otorga los beneficios. Nunca nadie dio tanto a Bruto como Julio César.
Lo que me lleva a una reflexión en la que no puedo aceptar que el desenlace fue el suicidio, pero así ocurrió. ¿Cuánto tiempo transcurrió entre el refrendo de lealtad a Carlos Prats y a Salvador Allende, con motivo de su nombramiento como Comandante en Jefe del Ejército, y el golpe asestado a la legalidad en el Palacio de la Moneda? No me queda sino concluir que Allende fue reo de sus ilusiones, su desconocimiento de los seres humanos y su inseguridad. La sensación de fracaso -a través de haberse convertido en víctima de abuso de confianza y la certeza de que se dejó engañar- lo obligó a matarse, o a permitir que lo ejecutaran.
En algún momento en el despacho del secretario de Educación Pública, con el escritorio de Vasconcelos entre sus escuchas y Porfirio Muñoz Ledo, éste nos argumentó a María Lavalle y a este escribidor, que había decidido nombrar a Idolina Moguel Contreras directora general de Mejoramiento Profesional del Magisterio, porque estaba probado que las mujeres ceden menos a la corrupción que los hombres.
Es posible, pero también es constatable la conducta de Rosario Robles, Rosa Luz Alegría, Irma Eréndira Sandoval. Para ciertas actitudes en la vida, el ser humano carece de sexo. La cleptomanía puede tener diferentes motivos, pero tiene idénticos resultados.
Tomar decisiones con la perversa propaganda de que casi todos los servidores públicos civiles son corruptos, y los que la ven de lejos sí son susceptibles a la corrupción, coloca al gobierno en una posición incómoda y riesgosa, porque los integrantes de las fuerzas armadas, antes que ser soldados o marinos, son seres humanos susceptibles a las debilidades y fortalezas que a todos nos caracterizan.
Retomo la reflexión de Morris West en La salamandra. Él se refiere al terror y a la violencia, pero puede caber en lo que hoy nos ocurre: “Como arma es casi irresistible. Infunde miedo y duda. Destruye la confianza en los procedimientos democráticos. Inmoviliza a las fuerzas policíacas. Polariza facciones: los jóvenes contra los viejos; los que no tienen contra los que tienen; los ignorantes contra los intelectuales; los idealistas contra los pragmáticos. Como infección social es más mortífera que una plaga: justifica los remedios más viles, la suspensión de los derechos humanos, las detenciones preventivas… el soborno, la tortura y el asesinato legal”.
La militarización conlleva todos los riesgos arriba descritos. Es una infección social.
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