Fernando Irala
Hace ya más de cinco meses que el primer caso de covid-19 fue detectado en nuestro país.
La pandemia dista de estar controlada, pues lleva al menos un mes estancada pero no disminuye en nuestro país. A diario cobra su cuota de muerte y suma varios miles de nuevos contagios. Ya no sube gran cosa, pero tampoco desciende notablemente.
A ese escenario el gobierno le ha llamado con elegancia “nueva normalidad”, como si fuera normal que la gente se esté enfermando y falleciendo masivamente.
Y en ese escenario las actividades económicas se reanudan progresivamente, lo cual genera un círculo vicioso: la salida de la gente produce nuevos contagios y la pandemia no cede; al no ceder la enfermedad la economía no puede recuperarse del todo, pero por lo pronto el final del túnel se alarga indefinidamente.
Para la Organización Mundial de la Salud, lo peor está por venir en México, pero aquí desde hace meses hablamos de que todo está bien y de que nadie lo pudo haber hecho mejor.
Hace unos días rebasamos las cincuenta mil muertes confirmadas oficialmente, aunque estimaciones de científicos e investigadores de aquí y de fuera hablan de otros datos, entre el doble y el triple de la suma letal.
Mientras tanto, la economía se ha ido al tobogán, acumulamos una caída catastrófica, nunca antes vista por las generaciones actuales, los trabajos formales han disminuido y los informales han desaparecido por millones; miles de pequeñas y microempresas han quebrado, y aun las grandes industrias han mermado su tamaño y su capacidad productiva y de empleo.
Si en el último cuarto de siglo el país pudo reducir de manera lenta pero sostenida los índices de pobreza y desigualdad, ahora de manera súbita unos veinte millones de mexicanos han caído de nuevo en la miseria.
También sienten los efectos los niños y jóvenes. El pasado ciclo escolar se interrumpió de manera desordenada, y concluyó entre improvisadas enseñanzas a distancia y pases de año otorgados gratuitamente porque no había otra cosa que hacer.
Ahora, para el nuevo periodo, en la era de internet y la comunicación interactiva, se intenta reeditar el esquema de la televisión educativa de hace más de medio siglo.
Vivimos como en una pesadilla, y en esos sueños desasosegados ocurren cosas sin sentido.
Así estamos.
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