Pablo Cabañas Díaz.
A lo largo de 1938 y 1939, año de la derrota republicana, cientos de exiliados españoles llegaron a México a través de diversas rutas, siendo la principal a través de barcos que llegaban al puerto de Veracruz. En la década de 1940, se calcula que este país albergó a alrededor de 20 mil españoles con la categoría de asilados políticos.
El exilio resultó un proceso complejo para todos aquellos que huyeron hacia México. Pocos fueron los que lo vieron como un destino definitivo, ya que la mayoría tenía la esperanza de regresar pronto a España ante el inminente triunfo de los aliados en la Segunda Guerra Mundial y el avecinamiento de un nuevo orden mundial.
La estancia sería breve pues había la idea de que el nuevo gobierno de Ávila Camacho estaba buscando restablecer relaciones con la España franquista. Ese rumor fue desmentido con la invasión de Alemania a la Unión Soviética y la entrada de Estados Unidos a la guerra. Con estas acciones se enterró cualquier acercamiento oficial u oficioso entre el gobierno mexicano y el franquista. En los sectores de la derecha mexicana se lamentaban que las relaciones entre México y España estuvieran rotas, debido a la decisión del gobierno cardenista. Pero no hay que olvidar que, desde el gobierno de Franklin Delano Roosevelt, se buscaba frenar la influencia del fascismo europeo en América Latina y Franco era la versión más cercana para los países de América de Latina.
Los exiliados eran conscientes de que la postura de Ávila Camacho y sus sucesores no sería fiel a la posición que adoptó Lázaro Cárdenas. Las medidas implementadas por Ávila Camacho en relación con los fondos del exilio, la rigidez en el proceso de selección de los refugiados que entraban al país y la decisión de que estos no intervinieran en la política mexicana impidieron la llegada de más personas. En un primer momento, y ante las presiones externas e internas, se comunicó que no se aceptaría a más de 10 mil personas que, además, debían de cumplir ciertos criterios económicos y profesionales. Comienza la primera gran oleada, con las expediciones del Ipanema (998 personas), el Mexique (2 200) y, el recordado por la gran expectación a su llegada, el Sinai (1 620), todos ellos con destino al puerto de Veracruz.
El inicio de la II Guerra Mundial paralizó las expediciones ante la dificultad de encontrar barcos y la inseguridad en la comunicación marítima en el Atlántico europeo. La inminente toma de París hizo que, tanto el gobierno francés como el consulado mexicano, se trasladaran a Vichy y Marsella, respectivamente. La ingente cantidad de españoles en Francia, unida al riesgo de ser capturados por los alemanes y al enorme gasto que le suponía al gobierno francés, provocaron que el embajador mexicano Luis I. Rodríguez acordara con el gobierno francés acoger a todos los republicanos que se encontraran en territorio francés siempre que lo solicitasen. El historiador Aurelio Velázquez Hernández ha calculado que más de mil quinientos republicanos españoles llegaron a México procedentes de Portugal entre los años 1936-1950, la mayor parte entre los años en los que, otra vez, Gilberto Bosques ejerció de embajador mexicano en Lisboa (1946-1949).
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