Pablo Cabañas Díaz.
En junio de 1954, hubo un golpe militar contra el presidente de Guatemala, Jacobo Árbenz, para América Latina este hecho fue la señal de que la guerra Fría se había instalado en la región. En México los acontecimientos guatemaltecos tuvieron un impacto considerable que ha sido poco estudiado. La crisis guatemalteca acentuó la fractura política que había provocado el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940) en el seno de las clases medias y la élite política, tensión que hoy vuelve a ser latente con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
La reactivación de la izquierda del régimen tuvo un efecto que evidenció la fragilidad de la unidad nacional y puso al descubierto la precaria estabilidad de los equilibrios políticos internos. También sembró la inquietud de que el régimen revolucionario mexicano había caído en la autocomplacencia. Esta convicción inspiró las movilizaciones estudiantiles de los años sesenta. El ex presidente Cárdenas asumió de inmediato el liderazgo, de una corriente del PRI. Esta actitud contrastaba con la tibia reacción del presidente Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958) y con la hostilidad de una amplia ala anticomunista en la burocracia y en el sector empresarial.
La política exterior mexicana de la segunda mitad del siglo XX se basaba en dos presupuestos generales: primero, que la política exterior era una fuente de consenso nacional, cuyos objetivos se plasmaban en la defensa de los principios de no intervención y autodeterminación. Segundo, que entre Estados Unidos y México había una relación especial, que consistía en “un acuerdo para discrepar” en temas de política internacional, siempre y cuando no estuvieran en juego sus respectivos intereses estratégicos. Este acuerdo sería la base de la relativa autonomía de la política exterior mexicana que fue vista históricamente como prueba de esa supuesta relación especial.
La oposición entre cardenistas y anticardenistas, es central en esta historia. Sin duda la presidencia de Ruiz Cortines representa el cenit del presidencialismo en apariencia omnipotente, que se asentaba en un firme consenso fundado en el crecimiento económico y en la estabilidad política. Ese momento irrepetible del presidencialismo fue producto, de la habilidad de Ruiz Cortines para conjurar con pactos y compromisos, las amenazas de caciques regionales, y las corporaciones obreras y campesinas. No obstante, fracasó cuando aplicó la misma estrategia a los problemas internacionales. El presidente respondía a las demandas de los cardenistas con un discurso que en público defendía la autodeterminación, pero en privado atendía al embajador de Estados Unidos y atacaba al comunismo, y tomaba medidas persecutorias contra los comunistas locales. Ruiz Cortines, no resolvió los antagonismos, los mantuvo en equilibrio, hoy diríamos que los pudo administrar. Sin embargo, en el contexto de la guerra Fría, su política exterior no tenía mucho margen de maniobra pues solo contaba con un interlocutor, los intereses de Estados Unidos.
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