FRANCISCO RODRÍGUEZ
El hombre que incursiona en política sin mayores atributos, poseído por una gran ambición y dueño de pocas luces, es fácil presa de la manipulación desenfrenada de los aduladores cercanos. Remitirse a los hechos también es cosa fácil para comprobarlo en el terreno de la práctica del poder. A lo largo de los tiempos, existen montañas de ejemplos al respecto.
Para empezar, el instinto de conservación mínimo jamás le aconsejaría a un sujeto así, que se está ahogando en el pantano de una crisis económica desgarradora, terminal, y en un cementerio de muertes de una pandemia incontrolada –de la cual no se tiene manejo crítico ni solución alternativa por falta de elementos– tomar las peores consejas.
En un generoso y dolido territorio, dominado por dictadores, cuartelazos, y caudillos populistas, ahora hemos sido asaltados por actores primerizos, de aprendizaje retardado, de vocación decadente, en ocasiones trágicas y francamente desmesuradas.
Que no lo merecemos, ni duda cabe, pero que es un hecho, desgraciadamente así ha sido, así es. Es lo que hay. Sólo nos falta ver pa’ donde hacernos. Es la hora climática del anticlímax.
Decálogos alucinantes para recetar medidas de felicidad
Empezar, en medio de esa desolación, el bombardeo al pueblo de una sarta de ocurrencias que sólo minan su poca autoridad política, que hacen que se le pierda aceleradamente el poco respeto y que destrozan su aceptación y su figura a límites peligrosos del veinte por ciento, no son compatibles, bajo ningún concepto.
Bravatas insulsas del tamaño que sólo un dictadorzuelo enajenado puede emprender, como esa de pretender borrar del mapa al árbitro electoral que lo invistió en el pasado reciente, y erigirse al mismo tiempo como el guardián de las libertades del pueblo ante las urnas, por encima de las leyes y de la Constitución, son palabras mayores.
Recetar un decálogo de comportamientos espirituales para guiar al pueblo al retorno a la normalidad y al trabajo productivo –después de todas las sandeces experimentadas para convencerlo de que sus invocaciones y estampitas podían hacer brincar la vara– está fuera de toda proporción, de todo recato político normal.
Propinarse balazos en los pies escribiendo y recetado decálogos y libelos alucinantes para recetar medidas de felicidad que sustituyan a todas las mediciones técnicas, mientras recomienda dietas de tortillas, frijoles y chiles para comprobar que el pueblo es feliz, está fuera de toda proporción, de todo decoro.
Recomendar que nadie proteja a delincuentes, cuando es el primero en absolver y liberar a los grandes malhechores, borda por encima de todo propósito de gobierno y de convivencia. Decir que Donald Trump es el gran líder sólo comparable a Lincoln, es naufragar en el desconcierto y el pandemónium.
Semeja el perfil de un alborotador, de un agitador sin pauta
Suicidios políticos en declaraciones cada quince minutos, irrefrenables, desasosegadas, guerrillas de micrófono “mañanero”, invasiones de mentiras, falta de coherencia en el gobierno y en la conducta, reflejan un espíritu indómito, sometido por los instigadores cercanos e interesados.
Semeja el perfil de un alborotador, de un agitador sin pauta, un reventador, esquirol de sí mismo, encilindrado por otros, que sólo conocen a medias el guion que recetan a un espíritu atormentado.
Otros aventureros de la peor calaña, que posesionados de la confianza y dueños de la voluntad de quien ordena, lo manejan a placer, de una manera por demás irresponsable y zafia, porque no saben tampoco adónde lleva ese camino.
Un hombre sin ideas cuerdas, sin formación adecuada, sin conocimiento del Estado, sin plan de gobierno, sin hojas ni estrategias de ruta, que no sabe adónde va, que sólo se deja llevar por el canto de sirenas de la tan buscada popularidad para pasar caminando a los anales de la historia.
En un mar proceloso sin grumetes, singladuras, ni alarifes
Y cuando se da cuenta de que ya no tiene ni la aceptación ni los votos, monta en cólera y asume las actitudes de Supremo, los gestos de perdonavidas que siempre sustituyen con poco tino a la razón. De pronto quiere de un plumazo desaparecer cien organismos del aparato gubernamental sin saber los rebotes que ello implica. O disminuir hasta en 75% los presupuestos de organismos necesarios para la sociedad.
Cuando se da cuenta de que su héroe norteño no tiene más posibilidades de reelegirse en el cargo que la idea de algunos mandarines chinos que consideran es mejor arar con estos bueyes, porque a lo mejor los otros de enfrente no serían tan manipulables, entra en un mar proceloso sin grumetes, singladuras, ni alarifes.
¿Y los Epigmenios, Concheiros, Taibos, Ackermans, Ramírez, et al?
Por el ADN de la clase política gobernante corren los fluidos de la corrupción y de la ignorancia, de la supina mediocridad, lo que le acerca al dinero fácil, al poder desmedido y a los caprichatos al gusto. Cada vez producimos más comaladas sexenales de millonarios, más que en las anteriores marcas registradas.
Es un síndrome autoritario, pero indefinido, un torbellino de emociones donde los Epigmenios, Concheiros, Taibos, Ackermans, Ramírez Cuellar y toda la fauna ya no saben qué hacer. Los instigadores están a punto de colgar los hábitos, porque lo que buscaban ya lo tienen.
Cumplir la promesa reiterada: cuando no tenga el apoyo del pueblo, me voy
Y ahí es donde empiezan las patadas de ahogado, los estertores del Caudillo del western, los coletazos del impotente. Es la hora de la verdad, cuando tendrá que cumplir aquella promesa que ha hecho repetidamente: cuando no tenga el apoyo del pueblo, me voy.
Y en sus recorridos apresurados por los caminos del país, está empezando a sentir el frío de la soledad.
Porque en la otra opción, que seguramente ya pensó, no habrá instigador que lo acompañe, al menos no los que lo empinaron. Porque desconocer los resultados que se avizoran de la elección intermedia y de la revocación del mandato, posponerla, eso es otro rollo.
Utilizar los oficios cómplices de la narcoviolencia para que los resultados electorales en casillas se ajusten a sus caprichos, es demasiado para un hombre tan solo. Los narcos son seres violentos, asesinos, pero muy sagaces. Ellos saben qué es lo que les conviene y que no. Hasta una plaza muy caliente la desairan. Eso no es lo suyo.
Y no quisiera pensar en la otra opción histórica: quemar Roma. El horno no está para esos bollos.
¿No cree usted?
Índice Flamígero: “Lo que más me preocupa de AMLO es su ignorancia, su mitomanía, su delirio”, dijo hace unos meses, en entrevista, el poeta paceño Edmundo Lizardi. Conozco a López Obrador, agregó, y “ha degenerado en un delirio muy peligroso para el país como lo estamos viendo, se le está saliendo de control, el país es demasiado grande para un hombre tan pequeñito, como diría Carlos Fuentes de Peña Nieto. Aquí aplica también o más para López Obrador y, sobre todo, me preocupa su autoritarismo, que representa una regresión a la época del priato, pero con el plus del toque bolivariano y estas mamarrachadas; ahí está el modelo venezolano, es el modelo que tiene en la cabeza López Obrador”. Lizardi también sentenció: “Yo, como ya muchos millones de mexicanos estamos viendo que no hay tal expectativa, ya el beneficio de la duda se agotó, ya no hay vuelta atrás; es decir, con López Obrador en la Presidencia el país no tiene futuro. Ante la regresión autoritaria, la perspectiva es un reto formidable, apasionante: la defensa de nuestra democracia, una conquista colectiva de la sociedad mexicana en su conjunto y no una coartada de los demonios neoliberales. Dentro de la democracia todo, fuera de la democracia nada”.
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