Pablo Cabañas Díaz
Decía un viejo jugador de póker que no buscaba a un contrincante perdedor para desplumarlo, quería a un campeón para hacerlo un perdedor. Esto fue lo que sucedió en los años noventa, con los promotores del Tratado de Libre Comercio (TLC), a ninguno le fue bien. Todos fueron perdedores. El primer ministro canadiense Brian Mulroney renunció en febrero de 1993, tras perder el referéndum por un acuerdo sobre Quebec. Su sucesora sería derrotada por Jean Cretien, del partido Liberal, quien había prometido renegociar el NAFTA o cancelarlo, y al final se quedó en el acuerdo. Carlos Salinas viviría duros golpes en su último año (1994) con el surgimiento de la guerrilla zapatista y los asesinatos políticos que terminarían provocando una crisis económica en 1995. George Busch padre perdería la elección contra Bill Clinton que no estaba convencido del acuerdo comercial, pero terminó por impulsarlo y firmarlo.
Los que buscaron un TLC con México fueron los estadounidenses, no estaba en la agenda de los gobiernos de Canadá y México. Fue en 1979, antes de su elección como presidente de Estados Unidos, cuando Ronald Reagan visitó México y le propuso a José López Portillo suscribir un tratado comercial para América del Norte. La respuesta del mandatario mexicano fue tajante: “Ni nuestros hijos ni nuestros nietos verán nunca ese día”. La negativa, en aquel momento, era comprensible, porque el desarrollo de México se basaba en una economía cerrada, sus exportaciones dependían del petróleo y prevalecía todavía la frase: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”.
En el siglo XXI, la apertura del Acuerdo de Libre Comercio entre Estados Unidos, México y Canadá (T-MEC o USMCA, por sus siglas en inglés) inició con poca fuerza, no fue motivo de ningún acto oficial, no se evaluó como noticia de primera plana en ninguno de los medios mexicanos, y entre los que le dieron atención se enfocaron en sus fallas y críticas en el manejo del tema laboral con la detención de una abogada de maquiladoras en Tamaulipas. Para Trump el TMEC marcó el cumplimiento de su promesa electoral de acabar con el viejo acuerdo y sustituirlo con otro más afín a su base electoral: trabajadores, granjeros, rancheros y empresas.
Richard Trumka, presidente de la central obrera AFL-CIO –cuyo apoyo al tratado fue clave para obtener el voto de legisladores demócratas– declaró que al T-MEC le faltan muchos progresos. Este es el riesgo para México, si ganan los demócratas la presidencia de Estados Unidos. En su libro Aliados y Adversarios, Salinas recuerda una situación similar a la de López Portillo, pero que le ocurrió a él en noviembre de 1988: “Días antes del inicio de mi gestión como presidente de México, y años después de la malograda propuesta de Reagan, me reuní en Houston con el presidente electo George H. W. Bush. Estados Unidos acababa de firmar un Acuerdo de Libre Comercio con Canadá, y Bush me declaró su interés en que México también lo hiciera. Decliné la propuesta, aunque por razones muy distintas a las de López Portillo”. Salinas menciona que las resistencias fueron superadas y explica que representaban una ventaja y, a la vez, un riesgo para concretar el TLCAN: ambos gobiernos “podían sumar fuerzas frente a su poderoso vecino para negociar y aplicar los términos del tratado.
El riesgo para México estaba en que Canadá tenía su propio acuerdo con el gobierno estadunidense y, al no tener nada que perder, estaba en condiciones de abandonar la negociación. Desde entonces, los canadienses estuvieron en total desacuerdo con los estadounidenses en especial en lo referente a los subsidios y derechos compensatorios. Pero se mantuvieron en el acuerdo. Trump, sepultó el TLC y la reacción del presidente López Obrador fue en el sentido de que el nuevo pacto traerá más inversión extranjera, más empleos y bienestar.
El T-MEC conserva la mayoría de las medidas de libre comercio del TLC, pero presenta cambios notables para las reglas de origen de la industria automotriz, en particular que el 75% de la producción debe tener insumos estadounidenses, y entre el 40% y el 45% debe ser fabricado por operarios que ganen al menos 16 dólares por hora. Aparte, el 70% del acero y aluminio de un vehículo debe ser estadounidense. En suma, favorece en grado extremo a Trump. Además, hay otro riesgo y estos son los posibles impactos geopolíticos de la visita. Mike Pompeo, jefe de la diplomacia estadounidense, espera que la visita del tabasqueño impulse a México a “hacer más” por la democracia en Venezuela. López Obrador se juega su futuro, de perder Trump el costo será muy grande y las presiones a las que será sometido serán muchas. Por lo pronto, una de ellas será la de un posible cambio en nuestra política exterior con relación a Venezuela. En México en tanto la oposición más arcaica con extrema imaginación todavía acusa de “comunista” a López Obrador. No cabe duda de que la ignorancia de la oposición de extrema derecha vive en una realidad paralela.
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