FRANCISCO RODRÍGUEZ
En el centro de las tres grandes crisis del sistema mexicano han estado las clases medias. Tanto en la hecatombe política de 1968, como en la gran catástrofe social del terremoto de 1985 y subsecuentes, y en la enorme crisis económica causada por el neoliberalismo pripanista, primero, y ahora por la ignorancia de los cuatroteros, las clases medias aparecen como dinamos o como víctimas esenciales.
En el ‘68, como la auténtica punta de lanza del movimiento por las libertades democráticas y los derechos civiles, fueron el factor fundamental de las transformaciones del sistema político. En la catástrofe natural del ‘85 y las siguientes, las reivindicaciones, recuperaciones de bienes y los salvamentos, su participación fue imprescindible.
En la gran catástrofe económica causada por los cuatroteros desde que llegaron hace dieciocho meses, las clases medias han sido las grandes sacrificadas por decisiones obtusas de gobierno y la inexperiencia administrativa y de conducción que la pandemia evidenció. Toda una generación perdida, aparte de las décadas que llevará levantar el tiradero del régimen de Tepetitán.
Los regímenes mexicanos de todos colores han actuado como si las clases medias tuvieran un umbral muy alto de resistencia a la opresión, como si se les considerara blandengues, apáticas o retraídas. Los ideólogos de los políticos huehuenches no han reflexionado todavía en su potencial de revuelta. Aunque los ejemplos están a la vuelta de la esquina.
El panorama latinoamericano y sus incursiones en la democracia real dan fe, confirman a diario la potencialidad expansiva de la clase media. Los fenómenos de grandes alianzas populares en el Cono Sur son prueba de ello. Países que creían que jamás iban a despertar del yugo militarista, son hoy democracias florecientes, con toda la barba.
Ni la opresión asfixiante del Imperio, salvaguardando los intereses de las empresas transnacionales asentadas en esos territorios, han podido contra el empuje democrático y revolucionario de las clases medias, un ejemplo de ilustración, cultura y ambición de cambio social.
Hasta en el extremo nazi fascista, las dictaduras de Hitler y Mussolini, no hubieran sido posibles sin el apoyo inicial de las clases medias, cansadas de décadas de deudas externas y de guerra impagables, de miseria social y de bajos niveles de vida y de consumo. Que fue el camino equivocado, sin duda, pero de que su participar fue fundamental, está por demás decirlo.
Y es que las clases medias no son apáticas, ni desorientadas. Forman el núcleo duro de las transformaciones, están en la punta de la estampida de la defensa de los derechos humanos y civiles, son la conciencia crítica y moral de una Nación.
Aparte de que son el motor de las revoluciones modernas y la base para el fortalecimiento del mercado interno, plataforma de despegue de todo intento de desarrollo. El éxito de cualquier sistema político pasa primero por el cedazo de las clases medias, igual que su autonomía, su independencia y su viabilidad.
Un país es nada si no tiene de su lado a las dinámicas clases medias. Son su raíz y razón, su punto de referencia internacional para calibrar su nivel de desarrollo, su productividad, su competitividad y la medida de su lugar en el mundo.
La clase media fue el cerebro, el discurso y la estrategia de comandos de la revolución bolchevique, encabezó la Primavera de Praga y la narrativa de barricadas en todos los movimientos estudiantiles obreros de la década de los sesentas del siglo anterior, que transformaron para siempre el rostro político del mundo conocido.
En México, el papel de las clases medias fue vital para abrir en canal al gorilato diazordacista, para instalar el respeto y la tolerancia a los disidentes, para permear un sistema injusto y caduco que no permitía vivir, hablar o respirar. Para instaurar el respeto a los grandes líderes sociales de nuestra historia.
Fue indispensable su participación para recuperar la sociedad dañada por los terremotos, para establecer los límites antes permisivos a todo tipo de construcciones que significaban un peligro permanente en estas tierras sísmicas. Recuperaron también la dignidad y el orgullo de los damnificados, olvidados por el sistema.
Levantaron un país donde había cenizas y desesperación, donde nadie sabía por dónde empezar, donde el tejido de la corrupción había sentado sus reales sin el obstáculo de la sociedad organizada. Hubo abusos, sí, pero fue siempre más lo que se avanzó en medio de un conglomerado cautivo y desorientado por las catástrofes. De lo que retrocedió, ya ni el recuerdo queda, en medio de las grandes gestas de la reconstrucción.
Quedan, eso sí, los grandes monumentos en plazas, jardines y espacios públicos a la solidaridad entre los mexicanos. A esa parte del espíritu combativo que el tiempo no puede ni debe borrar. Queda el sentimiento de pertenencia e identidad en la desgracia. Cuando la patria llama a todos a dar lo mejor de sí mismos.
Durante dos años, las clases medias árabes incendiaron el Magreb y el África septentrional. El ejemplo tunecino de su revuelta fue seguido en el resto del mundo islámico. En Egipto, gracias a su convocatoria, salieron a manifestarse millones de personas contra Hosni Mubarak.
La primavera árabe, una revolución continental de las clases medias, arrasaron con la Libia de Muamar Gadafi; en Siria se levantaron contra Bashar Al Assad; en Yemen contra Abdulah Saleh; en Argelia contra Abdelaziz Butefilka y reblandecieron las monarquías de Omán y de Bahréin. Cierto que se sumaron las fuerzas armadas, pero el grito inaugural fue de las clases medias. Dejaron una huella difícil de olvidar.
En México, el virus que desde las mañaneras maltrata y ofende con sus bravatas a la clase media, piensa que la luna es de queso. Que nunca habrá un poder civil que se oponga a sus abyecciones y a sus patrañas. Todo es producto de la ignorancia, de las décadas pasadas que tanto le influyen, cuando las clases medias podían ser encasilladas en el sector político de un partido, sólo en busca de canonjías y prebendas.
Sentimos decirle que ya no es así, y que no tiene por qué seguir siendo así. Las clases medias tienen una enorme participación en el producto interno bruto del país, aunque él crea que “otros datos” lo desmienten. La clase media es el segmento de población más disciplinado, numeroso y de mayor incidencia en el desarrollo económico.
La clase media es una masa social con una enorme movilidad social, con una gran capacidad de convocatoria, es la que más interviene en el mercado interno, aunque el Caudillo se haya propuesto desaparecerlo. Son los que a base de esfuerzo brincan la vara, no desde los privilegios que otorga pertenecer a la familia presidencial.
Las clases medias han abandonado para siempre la apatía histórica y preocupa al Caudillo que no estén de acuerdo con el derroche de las obras faraónicas, sueños de niños maltratados e infelices.
Si un boicot puede funcionar en este país no es el de la inexistente BOA, sino el que puede derivar más temprano que tarde desde el seno de las imprescindibles clases medias, las que han sufrido las tres más grandes tragedias políticas, económicas y sociales de este país.
Las que observan impotentes ahora la destrucción premeditada, ventajosa y alevosa que el Caudillo pretende hacer de este país, para cobrarse los agravios que sólo existen en su cabeza de déspota errabundo. Si no lo entiende, le falta muy poco para constatarlo.
¿No cree usted?
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